martes, 15 de diciembre de 2009

Pasión

Podemos cambiar de trabajo, de casa, de pareja, de manera de vestir e incluso de cara. Podemos cambiar de nombre, de nacionalidad, de religión e incluso de Dios. Pero hay algo que no podremos cambiar nunca: nuestra pasión. Lo único que llena la vida de sentido es nuestra pasión.

Existirán los apasionados por el futbol, por las motos, por la bebida, por la lectura, por una mujer o por todas las mujeres. Hay infinidad de pasiones, pero si no consigues levar a cabo la tuya, no esperes ser feliz, tu vida estará siempre vacía.

El secreto de sus ojos, Juan Jose CAMPANELLA

martes, 24 de noviembre de 2009

Periodismo de estar por casa

En tiempos de crisis, los ciudadanos compramos marcas blancas, o renovamos menos a menudo la ropa, o no salimos a cenar a un restaurante. Los gobiernos reducen los servicios o las ayudas o cualquier otro presupuesto. Las empresas, directamente, mandan a miles de personas al paro. Cada actor social tiene sus formas de hacer frente a una situación económica adversa.

En el caso de las entidades deportivas, la solución es deshacerse de gastos innecesarios. En esta selección previa de elementos prescindibles se tienen en cuenta los aspectos puramente deportivos, mientras que los demás penden de un hilo. En esta ardua tarea de limpieza, desempeñado tanto por clubes como por empresas, los periodistas acostumbran a situarse en la cabeza de esa lista de posibles elementos desechables.

Muchos considerarán que el periodismo consiste en teclear frases bien ligadas. De este modo, todos podemos ser periodistas sin pasar por una facultad de comunicación. Y de este mismo modo, más de 5.000 licenciados en periodismo llenan las listas del paro −1.900 más que el año pasado−; siendo así los estudios universitarios con el nivel más alto de desempleo.

Esta desvaloración hacia los periodistas es una consecuencia de una visión errónea del papel de los ‘comunicólogos’. Por ejemplo, en un club deportivo, si un niño marca un gol, encesta una canasta, o un equipo gana un partido, sólo lo sabrán los familiares de los jugadores y algunos miembros o aficionados asiduos a la entidad. Si ese escenario cuenta con la presencia de un periodista, miles o millones de personas tendrán conocimiento de ese gol, canasta o victoria. Es decir, un hecho no existe si no aparece publicado.

A pesar de esta importante función informativa, podemos seguir creyendo que los periodistas no somos imprescindibles. Sin embargo, tal y como sucede en nuestra vida cotidiana, sólo somos capaces de aprender, enseñar, conocer, relacionarnos, si nos comunicamos. De manera extensible al funcionamiento de un club, la comunicación −organizada y desarrollada con profesionalidad− resulta una parte vital dentro de esa estructura. Por su capacidad de adaptación, las tareas de un periodista como miembro de un club pueden ser infinitas.

Las actuaciones para superar una crisis, o sin crisis, pueden ser comprar marcas blancas, no salir de compras o a cenar, colocar diez papeleras en vez de veinte, o doblar el trabajo de un empleado; pero que nunca sea pasar por alto la figura del periodista en una entidad, o por lo menos que no se tome esa decisión por desprestigio a la profesión. Si todos fuésemos capaces de desempeñar de manera competente las funciones de un periodista no existirían las facultades de comunicación, ¿no? Por lo menos, para aquellos que lo intenten o se lo crean, que se paren a pensarlo dos veces.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Un poco de heroína para desayunar

Últimamente me vienen a la cabeza pensamientos indecentes, como dirían los de la túnica blanca. Sin ir más lejos, estaba el otro día en el concierto de mi amigo Carlos y me llamó la atención una anécdota que contó sobre un tema del que habíamos hablado mucho. En boca de este colega: “Tengo un conocido que se mete droga dura y está muy acabado. Hace un tiempo hablé con él y me dijo que le gustaría ser tan grande como nosotros para poder dejar las drogas. Y yo me pregunto: ¿quién es más grande de los dos?”. Ahí acabaron las frases de Carlos, pero mi cabeza siguió dando vueltas hasta hoy mismo.

La sociedad (colegio, papá, mamá, incluso el típico tío que sólo ves en los entierros) nos ha enseñado que consumir drogas es malo. Y yo me vuelvo a preguntar: ¿por qué es malo? Porque te mata o ¿por qué? Y la pregunta que sigue a continuación es: ¿vale más la pena vivir veinte años de vejez o vivir veinte minutos en el cielo? La gente nos empeñamos en alargar la edad de nuestra muerte, pero, en cambio, no nos preocupamos por aprovechar esos años que van pasando. Y no me refiero sólo a meterse droga: hablo de la persona que dejamos de conocer porque tenemos pareja, las fiestas que dejamos de vivir porque al día siguiente hay que ir al trabajo, las tonterías que dejamos de hacer por no quedar mal, las sonrisas que escondemos para mantener un respeto, los viajes que nos perdemos por miedo a no sé qué, los llantos que también escondemos para no dar pena y las miles de cosas que se van quedando en el camino y nunca vuelven.

Volviendo al tema de las drogas, quizá el caso más extremo, seguramente muchos ‘yonkis’ con conciencia no han visto a sus nietos crecer, sin embargo, todos nosotros no habremos experimentado sensaciones límite como ellos. ¿Y qué es lo correcto, o normal, o aceptable? Sinceramente creo que lo de cuidar de los hijos de tus hijos, por ejemplo, no es de esas cosas que den sentido a la vida. Podemos aguantar sesenta u ochenta años, pero dura tan poquito lo bueno del vivir, aquel momento en que sueñas despierto, en que crees que puedes comerte el mundo, en que tu único miedo es dejarte algo por hacer y por eso vives en un presente constante, donde “lo que pase después” tiene importancia cero.

Todos esos miedos que arrastramos -a drogarse, a equivocarse, a no tener un buen trabajo, a quedarse sólo...- son los que evitan que aprovechemos la vida. Como diría alguien de Madrid (recuerdos, por cierto): “el sentido común es la única barrera de los sueños”. Y aunque me cueste reconocerlo, soy demasiado acojonado como para chutarme, pero debo decir que admiro a los que lo hacen con conciencia. Es más, no simpatizo demasiado con aquellos que piensan que los ‘yonkis’ son una lacra para la sociedad. A ellos les recuerdo que; desde los filósofos griegos con las bolas de laurel, hasta Dalí, pasando por Shakespeare y muchísimos más; seguimos admirando las obras de esos ‘yonkis’ que tanto despreciamos luego. Una contradicción más de las muchas que acumula el ser humano.

Ahí lo dejo, para todos los que sigan pensando que tener esposa, un coche familiar, una casa con jardín, una hipoteca de por vida y unos nietos encantadores, les haga mejores personas que esos ‘yonkis’ que llenan muchas de las estanterías de nuestras bibliotecas, o que simplemente vivieron algo por encima de lo que nosotros llamamos “normal”. A ti Carlos, no le des más vueltas, nos tenemos que considerar grandes sólo por tenerlo en cuenta.

domingo, 18 de octubre de 2009

A todas las personas únicas

No son horas para acordarse de nada, pero justo ahora, mientras pensaba en momentos de algunos viajes, me han venido a la cabeza coincidencias que suelo pasar por alto y que me han hecho plantearme muchas cosas.

De mi estancia en Argentina acabo de recordar una de las noches que pasé en casa de la abuela de mi amigo Nahuel. Muy contenta de volver a ver a su familia, se despidió de cada uno de nosotros con un “Hasta mañana si Dios quiere”, antes de irnos a dormir. Esa misma frase pronunciaba mi abuela cuando me arropaba de pequeño antes de apagar la luz de mi habitación. Curiosa coincidencia que se producía a miles de kilómetros de distancia.

También me ha venido a la cabeza la escena de un niño llorando en Londres. Un muchacho, en mitad de la calle, clavado en el suelo sin dar un solo paso, con los ojos cerrados, la boca entreabierta, las manos medio alzadas y un ruidoso llanto como si no existiese nadie más en aquella avenida. La madre, tres metros más alante, pidiéndole que se tranquilizase y continuase caminando. Justo esa imagen se me hace idéntica a los llantos de mi hermana hace unos pocos años.

Final y lamentablemente, aparecen en mi mente los incontables vagabundos arrinconados en las calles de no importa que país. Los mismos rostros de indiferencia por la vida, la misma postura incómoda para pasar largas horas sentados en el suelo, la misma mano levantada y cubierta de mugre, como si nunca se hubiese movido de ese sitio.

Y con todo esto, no quiero decir que Dios exista, que los niños sean niños y que me apeno cada vez que me cruzo con un pobre. Con esto de lo único que me doy cuenta es que hay cosas que son iguales aquí y en cualquier parte del mundo (o por lo menos el mundo que he visitado hasta ahora). Y quizá no sólo sean las abuelas, los niños y los vagabundos los que no cambian se trate del lugar donde se trate; quizá cada uno de nuestros gestos y acciones son imitados millones de veces en millones de rincones del planeta. Parece un poco desolador creer esto, pero seguramente lo que nos hace pensar que somos especiales no es más que un montón de situaciones dentro de la normalidad. Ese regalo especial, ese detalle original, ese día irrepetible, esa noche mágica, esas palabras imposibles, un palo de golf, un coche, un saco... Todo eso, no es más que un espejismo, un querer pensar que somos únicos cuando a miles (o tan sólo a unas decenas) de kilómetros de donde nos encontramos, hay alguien repitiendo lo mismo y pensando que también es especial.

Después de todo esto no quiero acostarme un domingo noche destrozando todo lo que me ha permitido sentirme persona. Lo que sigue dando sentido a cada uno de esos momentos especiales son las personas con quien los compartimos. Porque habrá muchos techos de coche, muchas noches de borrachera, muchos bares, muchos terrados, muchas calles por recorrer..., sin embargo, cada una de las personas con quién vivimos esos ratos inolvidables sí son irrepetibles, no existirán en ningún otro lugar del mundo. Por ello, sigo creyendo que mis vivencias han sido únicas porque las personas con quien las he pasado no las volveré a encontrar en ningún otro lugar. Por haber estado ahí en esos minutos increíbles, gracias de corazón.

jueves, 25 de junio de 2009

Uno de esos días

Cuando alguien acaba su primer año de carrera, lo que suele hacer la primera noche después de exámenes es salir con los amigos y emborracharse. Pues bien, eso es lo que hice. Pero, la siguiente noche, uno (o quizás los más aburridos) tiene uno de esos días: se plantea por qué estudiar esa carrera. La respuesta es difícil, porque siempre que respondes a algo te imaginas lo que vendrá después. En este caso, pienso en mi futuro y me imagino viajando por el mundo, escribiendo artículos sobre lo que sucede por allí donde piso, para luego publicar esos artículos en algún diario serio, como El País.

Pero imaginar algo así es desear el paraíso, y para alcanzarlo no creo que se tenga que estudiar ninguna carrera, aunque periodismo parezca el camino más adecuado para lograr esa meta. Sin embargo, cuando uno se matricula de periodismo, por vocación, es porque ama hacer lo que le gusta (escribir), por más que sean noticias regionales en un periódico de segunda. Como diría Ben Bradlee: “Uno de los placeres del periodismo es que nunca sabes de qué vas a escribir cuando vas al trabajo. Eso es lo excitante”. Y tiene toda la razón. Cuando uno quiere ser periodista de verdad no piensa en pasar ocho horas en una oficina reescribiendo notas de prensa, sino que quiere ir más allá, salir a la calle y saber qué sucede en un mundo loco, quiere llegar hasta el final de sus historias y, sobre todo, se siente la persona encargada de ofrecer a la sociedad un derecho imprescindible: la información. Ser periodista no es sólo un trabajo, y menos un trabajo para ser rico; ser periodista es una forma de vivir. Cuando eliges prepararte para este oficio, estás renunciando a muchas cosas en un futuro, pero no puedes pensar en ello, porque sino ya estás dudando. Por eso prefiero no seguir por ahí.

En periodismo, como en todas las cosas, existen dos caminos: el fácil, agarrarse a la primera oportunidad y limitarse a escalar para lograr un puesto mejor; y el difícil, luchar por cumplir tus sueños. Esta supongo que será la próxima decisión que deba tomar dentro de pocos años. La vida está llena de decisiones y siempre que te enfrentas a algunas crees que es lamás importante de tu vida, hasta que aparece la siguiente. Primero debes escoger si juntarte con unos amigos o con otros, si salir con esa chica o no, si dejarla o no, si tirarse a la supuesta “buena vida” o seguir estudiando, si hacer el bachillerato social o humanístico (el científico y el tecnológico no los haría ni loco, soy muy malo en mates, así que no fue un problema), si hacer una carrera u otra, así hasta llegar a la decisión que deberé tomar pronto.

No obstante, antes de ese momento, creo que tomé la decisión más acertada de mi vida: estudiar periodismo. Y ¿por qué? Porque cuando tenía seis años tuve un esguince de tobillo que me dejó varias semanas sin poder jugar a fútbol. Me pasaba las horas del patio aburrido en la banda, hasta que un día empecé a explicar (o retrasmitir) en voz baja el partido que jugaban mis amigos, ¡y me entretenía! Ahí empezó todo. Luego, con ocho años, descubrí que lo mío era escribir. Me pasaba largas horas escribiendo la redacción semanal que debíamos entregar, sólo para que la profesora leyera la mía en voz alta y todos mis compañeros se entretuvieran con esas historias. Así hasta hoy: estudiante de periodismo y pluriempleado sin cobrar en la mitad de mis trabajos: un “matao” en definitiva. Y todo ¿para qué? ¿Para ser rico? ¿Para ser conocido? ¿Para tener un trabajo tranquilo? No, no y no. Todo eso para que el día de mañana sea la persona que ahora deseo ser, para llevar la vida que hoy me gustaría tener y para levantarme cada mañana pensando que soy afortunado por hacer lo que soñé cuando tenía seis años.

Aprovecho todo este rollo, justo antes de que miles de personas decidan su carrera, porque aunque nadie lea este blog, quiero mandar un consejo al aire: si cuando teniáis cinco, seis o ocho años os gustaba arreglar juguetes, ser mecánicos; si os gustaba salir en todos los vídeos familiares, ser actores y si os gustaba curar los rasguños de los demás, ser médicos. En resumen, la idea es que creo que hay que tomar las decisiones por aquello que sientes (y los sientes con todas tus fuerzas), sin miedo a estrellarte. Mejor intentarlo que no pasarse la vida pensando en lo que podrías haber sido, pero no fuiste ni serás por miedo a salir perdiendo.

viernes, 5 de junio de 2009

La migala

Corría semidesnudo, apenas una hoja de plátano cubría mi entrepierna. Detrás de mí una enorme y ponzoñosa migala agitaba sus patas para alcanzarme. Notaba el aliento cálido y maloliente del animal, como aquella vez que iba en el metro en hora punta. Mis piernas eran dos palos de madera cavados en un tronco. Cada vez que pisaba el árido suelo se levantaba a mis pies una nube polvo fino. Entonces me acordé del día que hice mi primera comunión, y del dolor de pies que me producían aquellos zapatos nuevos, y de la pieza de mármol del suelo que miraba mientras el cura oficiaba la ceremonia. Me vino a la mente el color verde vidrio de aquel trozo de suelo, extrañamente más limpio que el resto.
Y no dejaba de correr, cuando de repente me di cuenta de que el paisaje siempre era el mismo, una calle polvorienta y sin asfaltar y a ambos lados del camino siempre la misma casa repetida infinitas veces. Al fondo de todo siempre el mar, quieto, inmenso, como una piscina gigantesca y yo un nadador cogiendo carrerilla para lanzarme en cualquier momento. Cuando giraba la cabeza para fijarme mejor en aquellas casas, se solía asomar alguien conocido: un amigo de hace años, un vecino, un compañero de colegio... y todos me gritaban que corriese más rápido. El cielo estaba repleto de estrellas que crepitaban con fuerza. Era de noche pero había mucha luz, la claridad era deslumbrante y molesta.
Después de horas y horas corriendo pegué un saltó largo y caí al vacío. No sabía cuando me golpearía con algo duro pero deseaba que ese instante llegase lo más pronto posible. No podía seguir viviendo bajo la agonía de la migala, ni del correr sin parar, ni de las casas, ni de aquellos conocidos chillando absurdamente. El peligroso y atroz animal no cayó. En esos segundos de caída libre me di cuenta que estaba rodeado de mar, y que la línea del horizonte siempre estaba a la misma altura, y había 4 soles que se empezaban a asomar por esa raya. Veía el mar como una espada luminosa, radiante. El brillo de las olas producía un cosquilleo molesto en mis ojos, casi más irritante que la propia persecución de la migala.
Entonces volvió a venir a mi cabeza un recuerdo lejano. Esta vez me vino a la mente el día que me bañé por primera vez en la playa. No quería pisar la arena porque pensaba que debajo habría un mundo lleno de insectos, mordiendo los pies de aquellos bañistas despreocupados que caminaban descalzos sobre la arena como si nada. Lo que imaginé que habría es mucho más largo de contar. Finalmente me metí al agua lloriqueando y pegando patadas a los peces imaginarios que se movían debajo de mí. Pasado aquel traumático recuerdo me di cuenta que las piernas se habían desprendido de mi cuerpo y mis brazos se movían como alas. Por un momento pensé que me había transformado en ave, pero seguía teniendo cinco dedos y mi esperanza se desvaneció al instante. Fue cinco segundos más tarde cuando sentí todo mi cuerpo húmedo y una oscuridad eterna.
Abrí los ojos, en mi habitación se colaban por entre los huecos de la persiana los primeros rayos del día. Todo el desorden acumulado durante tantas semanas aparecía bañado por un manto de luz tenue, dorada. Al destaparme un escalofrío recorrió todo mi cuerpo hasta hacerme temblar. Mire hacia el techo y, mientras observaba la familiar mancha de humedad, pensé en todo aquel sueño. Me sentí ridículo y cobarde al haber pasado tanto miedo por una simple imaginación mental. Cerré los ojos con rabia para volver a estar delante de la enorme migala y esta vez enfrentarme a ella, pero resultó imposible. No tuvo más remedio que meter los dos pies en las zapatillas y dirigirme a la cocina, pensando que a la noche siguiente dormiría con un insecticida debajo de la almohada, por si acaso volvía a tener una pesadilla como esa.

domingo, 31 de mayo de 2009

Normalidad y respeto en la prensa social


El otro día mientras viajaba en el tren de cercanías, presencié una escena cuanto menos curiosa, que me hizo plantearme algunas cosas. Un hombre de talla baja –que tiene enanismo óseo– hacía reír a propósito, con sus guiños y gestos, a una niña pequeña. El resto del vagón, callado, miraba entre sorprendido y asqueado al hombre. Aquella inocente risa infantil se convirtió finalmente en carcajada. La madre de la muchacha le dio una bofetada y le susurró al oído –aunque lo escuchó todo el vagón–: “Deja de reírte, este hombre tiene un problema”. El hombre de estatura baja, contento por hacer sonreír a la niña con sus bromas –como todos hemos hecho alguna vez– se aproximó a la mujer y, en voz alta, le dijo: “El problema lo tienes tú y todos los demás por verme diferente, no como una persona más, y lo que me molesta son vuestras caras de incomodidad al tenerme cerca, no la risa de una cría”, y se bajó del tren.


Ésta es la realidad, y lo medios de comunicación, en su afán por trasmitir esa realidad, deben tratar no sólo temas políticos o económicos, sino también “lo social”. Este periodismo social, en el que trabajan agencias como Servimedia, mantiene la máxima de “defensa de valores sociales” y busca la objetividad intelectual, sobre todo hacia individuos con algún tipo de discapacidad, enfermedad; o grupos sociales como las prostitutas, los menores, los drogodependientes o las mujeres maltratadas. En su manual Periodismo social, Servimedia propone una correcta selección léxica para referirse a estas temáticas sociales. La labor de esta agencia es admirable al preocuparse por tratar con “normalidad, claridad y respeto” realidades un tanto delicadas. Evitar el uso de términos como minusválido, retrasado, enano, puta o moro, es una necesidad que toda la prensa seria cumple y, por tanto, es adecuado recordarlo pero no es necesario darle mayor importancia. En este sentido, se deben denunciar titulares como “Los inmigrantes ‘sin papeles’ claman por la integración y homenajean a los fallecidos” (El Mundo, 16/10/2008) o fragmentos –por más que se trate de un artículo de opinión– de este tipo: “...arruinar su carrera profesional o incluso traer al mundo un subnormal profundo o un vegetal humano descerebrado.” (El País, 24/03/2009).

No obstante, el manual de Servimedia va más allá y ofrece las expresiones apropiadas para cada situación. Algunas de ellas, como persona con diversidad funcional, entran en un “lenguaje políticamente correcto” que no favorece la expresión clara y normal de estos casos, sino que representan sustituciones léxicas de carácter eufemístico que disimulan una realidad que debería mostrarse con naturalidad. Otra propuesta exagerada del manual es la “tendencia generalizada al uso de la palabra persona acompañando la definición de la correspondiente discapacidad”, que tiene por resultado expresiones como persona con discapacidad visual o persona inmigrante. Esta norma resulta redundante, pues si su uso se extendiera acabaríamos escribiendo persona joven en vez de joven, o inutilidades por el estilo. El empleo forzado de una palabra tan genérica como “persona” demuestra que existe un empeño premeditado por incluir a ciertos individuos en la condición de persona y, por tanto, se trasmite la idea de que están desfavorecidos, marginados, aislados, cuando según el propio manual se debe contribuir a su “integración en nuestra sociedad como ciudadanos en igualdad de condiciones”.

Pese a estas mínimas contradicciones, las propuestas de Servimedia suelen extenderse a otros medios de comunicación que, menos especializados en estas cuestiones, adoptan la selección léxica de este tipo de manuales para introducirla en su libro de estilo, o sirven a los periodistas para emplear términos apropiados a cada situación. Esta concienciación –casi una labor humanitaria– ha condicionado el tipo de mensaje en el periodismo social, pues se ha reducido la discriminación de ciertos actores sociales, mediante la eliminación de prejuicios y la consecución de una mayor receptividad, por parte de la sociedad, de lo que antes se veían como estigmas sociales. Temas como la prostitución, los maltratos o las discapacidades mentales, han dejado de tratarse con frivolidad, en búsqueda del morbo y la atracción, y se han convertido en asuntos sociales tomados con seriedad, sobre los cuáles el mismo Gobierno ha tenido que actuar con la promulgación de leyes. Los medios de comunicación son los culpables de crear prejuicios que perjudican a sectores de la población, y a la vez, se encargan luego de corregirlos para integrar como normal lo que antes era presentado como un problema, enfermedad o algo inferior. Un ejemplo claro que cita el manual de Servimedia es el sida, que años atrás se consideraba una “enfermedad de homosexuales contagiosa”. Otros casos significativos podrían ser el tratamiento de los judíos después de la Segunda Guerra Mundial en la prensa europea, con el fin de evitar el odio hacia este pueblo; o la protección entre la prensa latinoamericana que reciben los pueblos originarios, un 5% de la población, que son denominados originarios o autóctonos, para no emplear el término indígena que se asocia a indigente.

De todo ello, podemos concluir que la concienciación de la sociedad debe provenir de una campaña previa de sensibilización, beneficiosa para los actores sociales marginados históricamente. Esta responsabilidad civil recae tanto en instituciones como en medios de comunicación. La función de los periodistas en este proceso es dirimir el vocabulario utilizado para no dar una imagen equívoca. El debate ahora podría ser si el primer paso consiste en una concienciación social para cambiar el contenido léxico de las informaciones, o si es la prensa, como poder influyente, quién tiene el deber de escoger con cuidado las palabras correctas, para así modificar la visión de la opinión pública. En cualquier caso, la incomodidad –por no decir rechazo en muchos casos– de esa madre y del vagón en general ante el hombre de baja talla tiene una causa que entre todos debemos atajar. De tal modo, esperemos que esa niña, que felizmente sonreía, cuando tenga diez años más no se pase todo el trayecto de tren intentando adivinar con cara de extrañeza la estatura de una persona con enanismo, o no sienta preferencia por cruzar de acera cuando vea un grupo de marroquíes que vienen de frente hacia ella.

martes, 12 de mayo de 2009

La chica de ayer

Primera hora de la mañana. Me hago mi café y pongo el telenoticias. De nuevo imágenes de Antonio Vega –fallecido ayer– en alguno de sus conciertos. No me desagrada su música y le rindo mi pequeño homenaje descargándome La chica de ayer y Azul, mis dos preferidas. Continúo con mi café mientras hojeo el País Dominical –sí, un miércoles, así voy–. Sin embargo, vuelvo a atender al televisor porque, entre vídeos del cantante de La Movida e imágenes de los bilbaínos que ya están en Valencia, escucho una noticia sobre el lanzamiento de gases tóxicos en una escuela afgana de mujeres por parte de talibanes. No son más que hijos de puta (aunque les dará igual un insulto así). ¿Por qué? Pues porque piensan que la mujer pertenece a una clase subhumana, y no debe tener derecho a la escolarización. Por eso atacan colegios de chicas. Ello me hace pensar que no deben tener mucho aprecio a sus madres.

La noticia apenas dura treinta segundos –supongo que el jefe de redacción habrá pensado que eran más importantes otras cuestiones del día–. No me enfado, ya que por lo menos lo han dado, y voy directo a mi ordenador para informarme sobre la situación de las mujeres en Afganistán y otros lugares del mundo. Lo que me encuentro no es agradable –como ya preveía–, menos mal que sólo desayuno un cortado, porque lo que viene a continuación, señoras/es, revuelve las tripas.
A la izquierda, dos fotografías de mujeres afganas maltratadas a manos de sus maridos, o manos de unos desgraciados si lo prefieren. Y el rostro no se te queda así por recibir un puñetazo. Estas mujeres han recibido puñetazos desde que se casaron –en esos países, a los quince años–, han sido rociadas con aceite hirviendo o con ácido, y así todas las vejaciones que se les ocurran. Ellas, por suerte o por desgracia, han sido rescatadas por alguna ONG o por algún periodista despistado, sin embargo, en Afganistán ocho de cada diez mujeres reciben malos tratos, por no hablar de la falta de derechos como la enseñanza, la falta de libertades como salir a la calle y el inútil velo que las convierte en seres anónimos, sin identidad, sin rostro, esclavas de por vida.

Más abajo a la derecha, Asha, somalí de 24 años, lapidada. Su “delito” fue haber sido violada. Para los que no lo sepan –o no quieran saberlo– la lapidación consiste en matar a alguien (normalmente una mujer) a pedradas. El castigo consiste en enterrar, o no, medio cuerpo de la condenada, cubrirla con una tela, o no, y a continuación una multitud se pone en frente y se dedica a lanzar piedras hasta que el “saco enterrado” (la mujer acusada) deja de moverse, lo cuál significa que está muerta. Se aplica a las mujeres que han cometido supuestamente adulterio –“poner los cuernos” –. En Somalia, como en Nigeria, Afganistán, y muchos otros países, este tipo de condenas son habituales.

Como podéis comprobar, hoy “me asomo a la ventana” y no veo a la chica de ayer, me choco de morros con la pura realidad. Cruel, injusto, desigual, despreciable, abominable, desagradable, así es el mundo, y así se lo hemos contado, tan crudo como es. Ayer murió un símbolo del pop; hoy, y cada día, mueren símbolos de la dignidad humana, de la libertad, porque la muerte de una mujer por malos tratos o por lapidación, no es un simple asesinato, es una tragedia, un atentado contra la condición humana.

Antonio, descansa en paz, ya no tendrás que ver la cantidad de mierda que hay en este mundo. “La luz de la mañana entra en la habitación...”

miércoles, 6 de mayo de 2009

Patxi el "Mesías", que no nos vendan la moto

“Patxi López proclamado nuevo lehendakari de Euskadi, momento histórico para una comunidad autónoma gobernada desde siempre por nacionalistas”. Con estas cabeceras abrían la mayoría de los informativos televisados su edición matutina y vespertina. A bote pronto la primera sensación que trasmite esta noticia es que los nacionalistas han sido los causantes de todos los males de Euskadi –sobre todo refiriéndome al terrorismo– y que con la llegada de la “izquierda española” todo se arreglará.

El asunto se vuelve más preocupante cuando en los telediarios se alternan imágenes del “Mesías” Patxi López con declaraciones de políticos, como Rajoy, afirmando que es “un gran paso para la lucha contra ETA”, o que “por fin se ha cumplido el sueño de muchos (y a continuación recuerdan a Miguel Ángel Blanco)”, o que “con el nuevo lehendakari el fin del terrorismo está más cerca”. Con este tipo de informaciones, a cualquier telespectador un poco desinformado le parecerá que el Gobierno vasco lo formaban hombres con pasamontañas, trajes paramilitares y fusiles de asalto.

Ridícula tanta euforia por una victoria inventada. Muchos telespectadores pensarán que Patxi López ha obtenido la mayoría de calle, por eso están tan contentos. Yo les cuento que no es así. PNV obtuvo 30 escaños, uno más que en 2005, mientras que PSE –si bien aumentó sustancialmente el número de votos con respecto a 2005– sólo obtuvo 25. Sin embargo, la política –y más con el nuevo “Mesías” vasco– hace milagros. Lo último en disparates es que P“SO”E y PP se unan para lograr los puestos de poder en la política vasca, o lo que ellos llaman “unirse por la lucha contra el terrorismo”. Esta maniobra política interesada tiene como resultado un la investidura de un lehendakari no abertzale y un pepero como presidente de la cámara vasca, el colmo de los colmos teniendo en cuenta que el PP ha sufrido una derrota electoral con dos escaños menos. A eso lo llaman “democracia”, yo lo veo más como las incongruencias de un sistema inútil.

Tampoco entiendo la ilegalización de Batasuna. Los españolistas se pasan la vida reclamando diálogo con ETA y no son capaces de dejar participar a su brazo político en unas elecciones. Quizá el miedo está en no querer darse cuenta de cuántos vascos votarían esa formación. ¿Cómo se sentirá un vasco que no puede votar al partido que le representa y cuando encima vota a otro, por mucho que gane las elecciones, no puede gobernar? Así se solucionan los problemas, velando por los derechos de los ciudadanos y la “soberanía nacional”. Entiendo la irritación de amplios sectores de la población vasca, porque lo que se ha llevado a cabo es una manipulación en toda regla para ganar puestos de poder.

Los mismos políticos y medios que abogan por el pluralismo en España, dan brincos de alegría cuando se echa del gobierno a un partido nacionalista. De nuevo la insensatez de los españolistas en nuestro país. Ya sucedió en Catalunya cuando el PSC logró llegar al Govern tras 23 años de mandato nacionalista, con Jordi Pujol. Sin embargo, no recuerdo tanto jaleo mediático. En Euskadi es diferente, porque allí repartirán el bacalao PSOE y PP y ambos quieren sacar tajada de su papel en este “triunfo” en vista a las elecciones europeas. Aznar –que por favor no vuelva– comentó hace pocos días que Jaime Mayor Oreja, candidato del PP a las europeas, fue el que emprendió la lucha contra el nacionalismo. Oportuna observación Sr. Aznar, “siga trabajando” en su búsqueda de un buen plan de pensiones, porque en España sobran personajes como usted, ya tenemos dibujos animados.

Con todo esto quiero decir que la única pretensión que hay detrás de esta exaltación es vendernos la moto de que el nacionalismo vasco (PNV) es el culpable de que siga existiendo ETA. Pues bien, veamos como llega el fin del terrorismo con la toma de posesión del “Mesías” Patxi López y sus séquitos españolistas. Mientras, seguiré creyendo en esas nacionalidades (tanto catalana como vasca), que tanto han dado a un país –España– que no es el suyo, porque algunos preferimos recordar la verdad. Patxi, esperamos “ver la luz” pronto, “ilumina nuestro camino”, o mejor márchese por donde ha venido, tanto en Catalunya como en Euskadi sobran “españolitos” –por no llamarlos fachas– disfrazados de progres.

lunes, 4 de mayo de 2009

Pros y contras del cambio tecnológico en la reestructuración del sistema de comunicación de masas

“La velocidad eléctrica tiende a abolir el tiempo y el espacio de la conciencia humana. No existe demora entre el efecto de un acontecimiento y el del siguiente. La extensión eléctrica de nuestro sistema nervioso crea un campo unificado de estructuras orgánicamente interrelacionadas que nosotros llamamos la actual Era de la Información”. De este modo describía Marshall McLuhan el resultado del cambio tecnológico constante que sufre nuestra sociedad, más acelerado en las últimas décadas.

Desde el telégrafo hasta la realidad virtual, el vertiginoso avance tecnológico lo conforman centenares de artilugios electrónicos que, como extensiones de nuestro propio cuerpo, han mejorado las capacidades humanas hasta límites inimaginables. Ahora somos capaces de ver, oír y conocer más; las distancias y el tiempo se han acortado a milésimas de segundo, y con ello la comunicación se ha vuelto más rápida y cómoda. La principal consecuencia del progreso tecnológico es la aparición de una conciencia compartida (D. KERCKHOVE, La piel de la cultura, pág. 74), un mundo globalizado, caracterizado por la interrelación, que facilita todo tipo intercambios, entre ellos el de la información.

Este intenso tráfico comunicativo
–propiciado gracias a los avances tecnológicos– representa, junto a la mejora de los transportes, la causa de la globalización mundial actual. Este fenómeno, a su vez, ha producido cambios en la estructuración de los sistemas de comunicación de masas. La radio, la televisión y la prensa se han visto superadas por Internet; el audiovisual atrae más que el texto; y los diarios se han convertido en grandes grupos empresariales de mass media. La suma de estos factores dota de mayor cantidad, inmediatez e instantaneidad a los contenidos que se ofrecen al público. La velocidad con la que se transmiten los acontecimientos en cualquier parte del mundo, la posibilidad de escoger la información entre una abundante oferta y de recibirla de forma sencilla –gráficos, imágenes, vídeos– y, por tanto, comprensible; son algunas de las ventajas que los medios de comunicación nos conceden.

Sin embargo, no todo parece tan magnífico como sentarse delante de una pantalla y poder acceder a cualquier contenido sin moverse del sitio. La reestructuración de los medios de comunicación masas representa el control de la información por parte de unos cuantos, es decir, la monopolización del sector. Los grandes grupos empresariales ofrecerán un servicio –la información– en función de unos intereses propios –el máximo beneficio económico– y eso no contribuye a mejorar la calidad del producto, sino la cantidad e inmediatez. En el momento en que perciben a los “individuos como potenciales clientes”, tal como indica D. Kerckhove, el rigor y la calidad de los contenidos no resultan una prioridad, ya que se intenta atraer al espectador mediante la tragedia ajena (amarillismo), el humor fácil y los enredos amorosos. En los diarios de elite u otros medios serios el problema es el tiempo: la información es tanta y viaja tan deprisa, que los periodistas no disponen de tiempo para realizar un seguimiento o investigación de los temas, e incluso ni para contrastar datos con otras fuentes.

Otra aparente ventaja que proporciona el cambio tecnológico es la interactividad. Con Internet los consumidores actúan además como productores de información –prosumidores (D. KERCKHOVE, La piel de la cultura, pág.120)– y pueden compartir sus opiniones, conocimientos y experiencias con el resto del mundo. Asimismo, esta interacción permite comunicarnos entre nosotros a cualquier distancia, es decir, mantener contacto con otros lugares del mundo. Esta ilimitada capacidad comunicativa que ha experimentado el ser humano supone un cambio en la cultura y en el modelo social. Los media aparecen como nuevo vínculo social, “en un mundo ensanchado para los individuos y más pequeño para los colectivos”, como señala Kerckhove.

No obstante, la abundancia de contenidos –sobre todo en la red– provoca lo que denominamos infosaturación. El descomunal aumento de información pone en peligro la calidad de ésta, ya que los medios de comunicación deben emitir continuamente noticias, en ocasiones sin velar por el rigor de sus contenidos. La aparición del prosumismo también supone un riesgo para los periodistas, cuya labor puede ser realizada por “cualquiera”. En este sentido, se ha abierto un debate sobre el futuro del periodismo, que parece se tendrá que volver más interpretativo.

Otro inconveniente de este cambio en el sistema comunicativo lo encontramos en la cita anterior de Kerckhove: para un broker tal consecuencia será considerada una mejora, pero para un colectivo en defensa de una nación sin Estado –teniendo en cuenta el ya escaso poder decisorio de los Estados– resultará una desventaja, ya que su papel en un mundo globalizado será ínfimo.

Toda transformación supone unos pros y unos contras, que deben superarse mediante la adaptación. A la pregunta sobre si estamos preparados para tal aceleración, la respuesta es que sí, porque cada generación ha tenido que cambiar sus hábitos para adoptar las nuevas tecnologías en la vida cotidiana, y lo ha logrado con éxito. Por tanto, no existe peligro social ante semejante desarrollo, lo importante es educarnos para utilizar los aparatos en beneficio del conocimiento, y no optar por la comodidad sin preocuparse por ser críticos con la información que recibimos.


Ensayo elaborado para la asignatura Estructura de comunicación de masas (UAB), a fecha de 2 de abril de 2009 (sin tiempo para escribir otras cosas).

lunes, 30 de marzo de 2009

Apretarse el cinturón

La expresión “apretarse el cinturón” proviene del castellano medieval y surgió en épocas de sequías. Hace apenas unos meses nadie creía que en plena era de la modernidad y los avances tecnológicos este dicho popular recobraría tanta importancia. Ahora son los propios gobiernos y medios de comunicación los que se hartan de repetir esta expresión, que años atrás fue tabú. Sin embargo, el asunto empieza a preocupar cuando es un empresario el que pronuncia “debemos apretarnos el cinturón”, porque eso representa que dos mil, cinco mil familias, lo pasarán realmente mal para llegar a final de mes. Este hecho tan cotidiano en nuestros días se convierte en problema cuando la cifra de personas con el “cinturón apretado” (eufemísticamente denominados parados) ascenderá a cinco millones en diciembre.

Nadie conoce la fórmula secreta para afrontar la crisis. Algunos desearían contactar con antepasados suyos para saber cómo sobrevivían en épocas de guerra, los más prácticos prefieren simular el incendio de su casa para cobrar la póliza –aunque la solución suele fracasar. Entremedio se encuentra la inmensa mayoría, los que intentamos superar el bache mediante medidas más corrientes.

En primer lugar, resulta necesario borrar de la cabeza todo aquello que tanta ilusión te hacía comprarte –un coche familiar, un televisor de plasma, un tontón o un ordenador portátil– y darte cuenta que tendrás que esperar unos cuantos añitos más. En segundo lugar, toca eliminar los caprichos: la cenita en el restaurante, las escapadas de fin de semana a una casa rural, las camisas de marca para los domingos, los viajes a hoteles caros (o más bien los viajes en general), descargarse películas en vez de ir al cine o evitar ir de compras con tus hijos. Por último, y lo más difícil, es reducir gastos: consumir marcas blancas, ahorrar luz y agua o desplazarse en transporte público.

El panorama cotidiano de la crisis nos deja carros de la compra menos llenos, bares más vacíos, dependientes aburridos y colas en las oficinas de empleo. En los hogares las neveras refrigeran productos Hacendado y los armarios acumulan ropa de la temporada pasada. La imagen no es catastrófica. El lado positivo es que nos volveremos más sociables, ahora comeremos con nuestra suegra cada domingo, pasaremos los agostos en un camping junto a otras familias y conoceremos mucha gente en el metro a primera hora de la mañana. Esperemos no tener que apretarnos el cinturón mucho más, porque acabará siendo imposible digerir los copiosos estofados de la suegra.

domingo, 15 de marzo de 2009

Paremos tanta hipocresía

“La discriminación de los negros está presente en cada momento de sus vidas para recordarles que la inferioridad es una mentira que sólo acepta como verdadera la sociedad que los domina”. Con estas palabras, incluyendo el término negro en sus discursos, defendía Martin Luther King los derechos de su etnia en territorio estadounidense. Hoy en día, cincuenta años después de aquellas palabras, muchos periodistas se empeñan en denominar afroamericanos a los negros de ese país. Si aquel negro, que tuvo el sueño de lograr la igualdad para un pueblo y luchó hasta su muerte por ello, utilizaba sin reparo el término negro para referirse a una raza, ¿por qué cincuenta años después muchos periodistas todavía se niegan a emplear esa misma palabra en sus artículos? ¿Acaso llamamos euroamericanos a los emigrantes de origen irlandés o italiano ya integrados, como los negros, en Estados Unidos desde hace décadas?

Los eufemismos, como indica la RAE, son la “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Un negro nunca se ofenderá por ser llamado de tal forma. Quizá es a los blancos a quienes nos resulta “dura” la palabra negro. María Moliner nos acaba de confirmar la hipótesis mediante su definición de eufemismo: “expresión con que se sustituye otra que se considera demasiado violenta, grosera, malsonante o proscrita por algún motivo”. El motivo de que nos parezca violento el término negro es que la mayoría de blancos todavía realizamos la distinción ellos-nosotros en nuestras mentes y muchos los consideran inferiores. El término afroamericano, por tanto, esconde la realidad de una sociedad todavía racista.

Precisamente, son los políticos con traje, que emplean un lenguaje políticamente correcto (eufemismo de hipócritas) y aparecen en las pantallas como galantes de la igualdad y la tolerancia, los que luego son incapaces de realizar trámites diplomáticos para atajar los abusos de Guantánamo, o lo que es lo mismo: los que pasan de mover el culo para acabar con las torturas de centenares de inocentes.

Presentar la realidad de forma directa y clara en ocasiones supone una amenaza para la estabilidad de los sistemas políticos, que ven peligrar la balanza de la opinión pública. En este senido, los periodistas se aprovechan de esta necesidad para crear un lenguaje más “culto” y lo único que consiguen es colar una información lo más digerible posible, que no remueva la conciencia de “una sociedad acostumbrada a levantarse cada mañana, escuchar la radio o el telenoticias mientras desayuna, y confirmar que todo sigue en orden”, como describe muy bien el sociólogo Luís Arroyo.

Los eufemismos no son más que el maquillaje de una realidad cruda, de un mundo que sufre a nuestro alrededor. Los pocos tabúes que aparecen en los medios de comunicación se tratan con tal delicadez y cuidado que se convierten en sucedáneos de la verdad. Mi recamo como periodista, es que los que nos dedicamos a este oficio empecemos a ser más críticos y transmitamos lo que sucede cómo sucede, no cómo a la sociedad le gustaría verlo. Ya es hora de combatir el lenguaje políticamente correcto que tantos males disimula y a tantos individuos engaña.

jueves, 12 de marzo de 2009

Una flor para ti


Solemos recordar a personajes célebres de nuestra cultura por el día de su muerte y no por alguna de sus hazañas personales. Hoy se cumplen 70 años de aquella noche en que una joven escritora catalana abandonaba su hogar, su marido y su hijo para partir al exilio acompañada de su amante y un grupo de poetas. Me refiero a Mercè Rodoreda, nacida el 10 de octubre de 1908 en un barrio acomodado de Barcelona. Mercè contrajo matrimonio a los veinte años con un tío suyo y tuvo su primer y único hijo. Pero Rodoreda no fue nunca una joven burguesa como las demás. Quizá por el amor a la lectura y a la cultura catalana que le enseñó su abuelo en su infancia, quizá por su sensibilidad artística provinente de su madre, Mercè pronto huyó de la monótona vida de casada para dedicarse a su verdadera vocación: escribir.

En 1937, año de su divorcio, Rodoreda ya se había consolidado como una de las escritoras más importantes del panorama cultural catalán tras haber escrito sus primeras novelas y trabajado en diarios y revistas. Por aquel entonces, ya se había convertido en toda una personalidad en la ciudad Condal, donde se codeaba con políticos, periodistas y grandes empresarios. Sin embargo, lo que hizo grande a la escritora de mirada penetrante no fueron sus contactos de traje y corbata, sino sus amistades –o más que amistades– con Andreu Nin y con poetas como Francesc Trabal o Joan Oliver, con los que se instalaría en el château de Roissy-en-Brie.

No sabemos si Mercè hubiese abandonado su tierra si hubiese sabido que no volvería a pisarla en 33 años, lo que si sabemos es que vivió peligrosamente, como ciudadana exiliada de un país en guerra, pero sobre todo, como mujer libre, porque como afirmó por boca de Aloma: “Los únicos paraísos posibles son los perdidos”. Rodoreda era consciente de que la felicidad “tan sólo se recuerda o se añora, pero nunca se consigue”, como le enseñó Joan Oliver, por ello escogió el camino difícil y llevó una vida al límite. La propia autora reconocía en La plaça del diamant que “las cosas eran bonitas, la vida no tanto”, sin embargo, nunca cesó en su búsqueda de la felicidad. Colometa, personaje de una de sus novelas, recordaba “aquel adoquín levantado” mientras discutía con su marido. Rodoreda, como Colometa, rodeada de un mundo en guerra y oprimido, prefirió buscar en los detalles la fuerza necesaria para seguir adelante.

Con su escritura hablada, sus frases cortas separadas por puntos y una tendencia imparable al polisíndeton, Mercè Rodoreda creó un estilo propio, pero es su vida la que la convierte en un símbolo de la mujer culta y libre, porque Mercè fue “una escritora, no una fabricante de novelas”, pero ante todo, fue “una vividora que se guió por el corazón”, según Montse Casals. Por todo ello, al ver una flor amarilla, algunos recordamos aquella dulce sonrisa de la siempre joven escritora catalana que arriesgó todo por saborear la libertad.
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Pequeño homenaje a una escritora que me encanta y que me ha enseñado muchas cosas de la vida sólo con sus textos.

domingo, 8 de marzo de 2009

Día Internacional de la Mujer

Aunque para mí el día de la mujer, como el de la madre o el del trabajador, sean todos los días del año, porque cada mañana me levanto con los mismos pensamientos, no me hace falta apuntarme una fecha anual en el calendario para darle importancia, he decidido subir hoy esta entrada porque la conversación de este mediodía sobre el tema con mi madre me ha suscitado el interés necesario como para dedicarle unos cuantos minutos. En el lenguaje, utilizo la forma femenina como reivindicación de acuerdo con el día.


Ya pasa una hora del Día Internacional de la Mujer, pero, como siempre a destiempo, querría rendir un pequeño homenaje a todas las mujeres: a las que siguen vivas, a las ya muertas, pero sobre todo, a las que cada día mueren al lado de un hombre. Con mueren quiero decir que son anuladas, desvalorizadas, ridiculizadas y suprimidas de la vida social, por parte de la persona que se hace llamar “cariño”. Y por desgracia, son cada vez más las adolescentes que ceden su libertad a cualquiera a cambio de un poco de cariño, y sin darse cuenta se encuentran con veinti pocos años casadas con un marido que se darán cuenta que no quieren, y con unos hijos que tendrá que cuidar ella solita.
Hoy se cumplen cien años precisamente de aquel 8 de marzo de 1908 (fecha discutible) en el que murieron calcinadas 146 mujeres trabajadoras de la fábrica textil Cotton de Nueva York en un incendio provocado por las bombas incendiarías que les lanzaron ante la negativa de abandonar el encierro en el que protestaban por los bajos salarios y las infames condiciones de trabajo que padecían. Por desgracia también, la mayoría de jóvenes no recordamos el motivo de este Día Internacional de la Mujer. Cuando una persona es capaz de morir calcinada por conseguir sus derechos, todo lo que uno mismo haga en esta vida parece insignificante. La mayoría culpan a los hombres de esa desigualdad (“El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”, Simone de Beauvoir), pero debemos ser un poco autocríticas con nosotras mismas y darnos cuenta de que existen todavía muchas mujeres incapaces de reivindicar la igualdad y luchar por ella.


En el mundo siempre han existido desigualdades, entre negros y blancos, entre hombres y mujeres, etc. Ya en el siglo I d.C. San Pablo, primer teólogo del cristianismo, afirmaba: “No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio”, y más tarde Averroes, importante filósofo árabe del siglo XI, predicaba: “La mujer no es más que el hombre imperfecto”. Con esto, quiero decir que tanto el cristianismo como el islam han marginado a la mujer a lo largo de la Historia. Aquí en Occidente hemos superado parcialmente esta injusticia gracias al abandono paulatino de la creencia en la religión. Lamentablemente, en otros países como Nigeria o Pakistán continúan lapidando (matar a pedradas) a mujeres condenadas por adulterio (poner los cuernos al marido, que en esos países representa hablar con el vecino o ser acusada sin haber hecho nada).


Resulta difícil enmendar miles de años de desigualdad. Mi único deseo es que algún día todos seamos valorados según nuestras capacidades y no por nuestra condición, y que todos podamos tener las mismas posibilidades de acceso a cualquier trabajo. Pero por encima de todo, mi deseo es que ni aquí ni en ningún lugar del mundo se sigan matando mujeres por el hecho de ser consideradas inferiores. Yo seguiré reconociendo sus cualidades, ni mejores ni peores que las de los hombres, y admiraré por encima de todas ellas la capacidad de ser independientes y de realizar su camino sin prescindir de un hombre. A todas ellas, les dedico la entrada de hoy y anoto unas palabras de la actriz Zsa Gabor para darles fuerza en su lucha:

"Cuando un hombre se echa atrás, sólo retrocede de verdad. Una mujer sólo retrocede para coger carrerilla"

jueves, 26 de febrero de 2009

París de resaca


Abrí los ojos. La luz estridente de la mañana no me dejó ver más allá de ese blanco radiante. Volví a cerrar mis párpados y pensé que lo mejor sería no intentar aquella hazaña de nuevo. Sin embargo, un frío tempranero se coló por entre las mangas de mi camisa. Entonces recordé que estaba de viaje en París con un amigo y, de paso, el punzante dolor de cabeza hizo acordarme de lo mucho que había bebido aquella noche. París, la ciudad de las luces, en aquel momento era para mí una prisión agonizante, una torturadora de vagabundos ¿Qué pasa, aquí nadie sufre una resaca? Con amaneceres tan penetrantes como aquel estaba claro que no.
Me incorporé con pocas ganas. Mi amigo, a un metro, parecía estar muerto. Ante mí se alzaba un amasijo de hierros entrelazados en forma de ‘A’ mayúscula, espera, o tal vez en forma de ‘i’ minúscula. Al instante pensé que lo de la ‘i’ minúscula resultaba una estupidez porque le faltaría el punto. Más arriba todavía, unas cuantas nubes grisáceas tapaban trozos del cielo azul, los justos para cubrirme de una sombra helada pero no los suficientes para evitar aquella luz fastidiosa. Todo estaba en mi contra, estoy seguro que la noche anterior no me debí portar bien y alguien me lo estaba devolviendo. A mis pies, una avenida de césped verde, limpio, suave, hacía de alfombra a los perritos y parejitas que en ella se revolcaban. A los lados, los edificios de cinco plantas, piedra oscura y barandas negras, hacían de público en aquel teatro llamado cotidianeidad.
Siempre imaginé vivir París charlando en un café bohemio o besándome bajo una farola, pero fue en aquel parque, acompañado por el frío húmedo de la hierba, un amigo tirado en el suelo y unas ganas tremendas de vomitar, cuando sentí París de verdad, cuando sentí como aquella mitificada ciudad que tanto prometía Humphrey Bogart no era más que un montón de aceras, bancos y monumentos idealizados. Y fue sólo entonces cuando me di cuenta de que quizá las tertulias están hechas para los poetas, las luces para los enamorados y la realidad para los borrachos.

domingo, 8 de febrero de 2009

Un mundo mejor: anarquismo

Cierra los ojos:


Imagínate un mundo sin naciones ni nacionalidades, un mundo sin fronteras ni estados, sin blancos ni negros, sin españoles ni catalanes, un mundo sin religiones ni doctrinas...


Imagínate un mundo sin ejércitos, sin bombas ni armas, sin guerras, un mundo sin bandos ni rivales, un mundo sin policía, sin violencia ni autoridad...


Imagínate un mundo sin líderes, sin jefes ni gobiernos, un mundo sin jerarquía, sin leyes ni normas, un mundo sin papeles firmados, sin poderes ni instituciones...


Imagínate un mundo sin muertos de hambre, sin niños explotados ni explotadores, sin amos ni esclavos, un mundo sin ricos ni pobres, sin Norte ni Sur, un mundo sin comercio injusto ni ilegal, sin tráfico de personas...


Imagínate un mundo sin violadores, sin maltratadores, sin asesinos ni torturadores, un mundo sin prisioneros ni cárceles...


Ahora abre los ojos y sólo enciende la televisión para darte cuenta que todo eso no es posible. Por suerte para mi y para ti, nosotros tenemos que ver todas esas cosas a través de una pantalla, pero a muchas personas no les hace falta ni eso, porque lo viven día a dia, se levantan cada máñana con el ruido de las bombas, o recorren 20km para buscar agua, o aguantan a un marido que les pega, o son obligadas a prostituirse...


Si somos conscientes de la infinita degeneración humana, que supera constantemente sus propios límites, es fácil darse cuenta que no es posible un mundo como el que imaginaba John Lenon. Y si intentamos encontrar el "por qué" de todo esto, la respuesta la tendríamos que buscar en el primer homo sapiens que quiso tener una cueva más grande que el resto de la tribu.


Esto quiere decir que ahora no hay marcha atrás, no podemos volver miles de años de pasado para explicarle a ese homo sapiens que "no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita". Ahora sólo queda resignación, pero no conformismo, porque mientras existan sueños, habrá personas que seguiran creyendo en ellos y "I'm not the only one".


No sé si la anarquía es utopía, sólo sé que prefiero ser olvidado que recordado por abandonar, así que seguiremos soñando despiertos...

domingo, 11 de enero de 2009

Fisiología y comunicación humana

El ser humano se diferencia de los animales por su capacidad comunicativa. Pero la comunicación entre humanos es mucho más compleja, pues la importancia de este proceso recae en la necesidad de construir comunidades con redes de intercambio de información cada vez mayor y en la creación de un sentimiento de identidad común que se transforma en memoria histórica de grupo, es decir, en el recuerdo de un pasado y la fabricación de un futuro. La transmisión de información nos permite vivir en relación comunitaria constante. Este rasgo del homo sapiens sapiens es producto de un conjunto de cambios fisiológicos. En este caso, estas características diferenciadoras de la especie humana las encontramos en el organismo de la mujer.

La primera diferencia es la receptividad sexual constante y la ocultación de la fertilidad. Este hecho obliga a la mujer a mantener un contacto continuo (a veces, por desgracia, intermitentemente) con el hombre. La dependencia de la mujer sobre el hombre para satisfacer su deseo sexual en el momento que ella lo requiera determina su acercamiento y, por tanto, la comunicación con el hombre. Éste, por otro lado, deberá llevar a cabo un proceso comunicativo (contra más elaborado, más efectivo) que le permita ser aceptado por la mujer para practicar el acto sexual. Posiblemente, este rasgo sea determinante para entender las relaciones comunicativas en la especie humana.

Una característica cuya consecuencia en la comunicación humana es más visible sería el difícil parto que deben superar las mujeres, que requiere una persona a su lado, por tanto, se convierte en un acto social. Esta sencilla situación implica la atención de una tercera persona que forma parte de la comunidad, por tanto, pasa a ser un acto comunitario. También, el hecho de que las crías sean prematuras obligan a la comunidad a preocuparse por ellas hasta los cinco años. Es en este periodo de constante contacto con la sociedad, en el que el niño recibirá mayor cantidad de información que almacenará. Esta transmisión de valores, conocimientos y normas sociales significa la preparación del niño a esa vida en comunidad. Además, todo lo que aprenda contribuirá a crear su identidad (conforme a su entorno) que se transformará en memoria histórica.

Otros rasgos menos reconocibles son la posición ventral para la cópula, lo que convierte el acto sexual en una acción comunicativa (intercambio de miradas, gestos, etc.). El orgasmo femenino no es más que una diferencia que contribuye a la receptividad sexual constante de la mujer y esta sofisticación del placer es un símbolo también de identidad humana. La menstruación permite medir en que grado de fertilidad se encuentra la mujer, según el momento del ciclo mensual. Este conocimiento comunitario es necesario para decidir sobre la procreación, por tanto, es un tema doméstico de interés en algunos casos que obliga a que se produzca un intercambio de esa información, e incluso un debate.

Finalmente, el cambio fisiológico más importante sería la menopausia. Este cese de la actividad reproductora significa la aparición de la figura de la abuela. Este icono familiar, que pasa junto al niño sus primeros años de vida, se encarga de transmitir toda la información necesaria para integrar al niño en la sociedad, formarlo como individuo. Este proceso involuntario será la base del conocimiento social del niño y garantizará el sentimiento de identidad comunitaria. Este intercambio informativo unilateral permite crear una identidad social, que trasmitida de generación en generación formará la memoria histórica del grupo.


Todos estos casos permiten explicar la comunicación humana. Las diferencias fisiológicas de la mujer son la causa de la complejidad de nuestro intercambio comunicativo. Si es esta desarrollada comunicación la que nos diferencia de las demás especies y los motivos de esta virtud humana los encontramos en la fisonomía de la mujer, podemos concluir intuyendo que el hombre no se diferencia tanto de según qué animales.



Artículo para la Universidad entregado en la asignatura Historia general de la comunicación (Periodismo UAB)