domingo, 18 de octubre de 2009

A todas las personas únicas

No son horas para acordarse de nada, pero justo ahora, mientras pensaba en momentos de algunos viajes, me han venido a la cabeza coincidencias que suelo pasar por alto y que me han hecho plantearme muchas cosas.

De mi estancia en Argentina acabo de recordar una de las noches que pasé en casa de la abuela de mi amigo Nahuel. Muy contenta de volver a ver a su familia, se despidió de cada uno de nosotros con un “Hasta mañana si Dios quiere”, antes de irnos a dormir. Esa misma frase pronunciaba mi abuela cuando me arropaba de pequeño antes de apagar la luz de mi habitación. Curiosa coincidencia que se producía a miles de kilómetros de distancia.

También me ha venido a la cabeza la escena de un niño llorando en Londres. Un muchacho, en mitad de la calle, clavado en el suelo sin dar un solo paso, con los ojos cerrados, la boca entreabierta, las manos medio alzadas y un ruidoso llanto como si no existiese nadie más en aquella avenida. La madre, tres metros más alante, pidiéndole que se tranquilizase y continuase caminando. Justo esa imagen se me hace idéntica a los llantos de mi hermana hace unos pocos años.

Final y lamentablemente, aparecen en mi mente los incontables vagabundos arrinconados en las calles de no importa que país. Los mismos rostros de indiferencia por la vida, la misma postura incómoda para pasar largas horas sentados en el suelo, la misma mano levantada y cubierta de mugre, como si nunca se hubiese movido de ese sitio.

Y con todo esto, no quiero decir que Dios exista, que los niños sean niños y que me apeno cada vez que me cruzo con un pobre. Con esto de lo único que me doy cuenta es que hay cosas que son iguales aquí y en cualquier parte del mundo (o por lo menos el mundo que he visitado hasta ahora). Y quizá no sólo sean las abuelas, los niños y los vagabundos los que no cambian se trate del lugar donde se trate; quizá cada uno de nuestros gestos y acciones son imitados millones de veces en millones de rincones del planeta. Parece un poco desolador creer esto, pero seguramente lo que nos hace pensar que somos especiales no es más que un montón de situaciones dentro de la normalidad. Ese regalo especial, ese detalle original, ese día irrepetible, esa noche mágica, esas palabras imposibles, un palo de golf, un coche, un saco... Todo eso, no es más que un espejismo, un querer pensar que somos únicos cuando a miles (o tan sólo a unas decenas) de kilómetros de donde nos encontramos, hay alguien repitiendo lo mismo y pensando que también es especial.

Después de todo esto no quiero acostarme un domingo noche destrozando todo lo que me ha permitido sentirme persona. Lo que sigue dando sentido a cada uno de esos momentos especiales son las personas con quien los compartimos. Porque habrá muchos techos de coche, muchas noches de borrachera, muchos bares, muchos terrados, muchas calles por recorrer..., sin embargo, cada una de las personas con quién vivimos esos ratos inolvidables sí son irrepetibles, no existirán en ningún otro lugar del mundo. Por ello, sigo creyendo que mis vivencias han sido únicas porque las personas con quien las he pasado no las volveré a encontrar en ningún otro lugar. Por haber estado ahí en esos minutos increíbles, gracias de corazón.