domingo, 31 de mayo de 2009

Normalidad y respeto en la prensa social


El otro día mientras viajaba en el tren de cercanías, presencié una escena cuanto menos curiosa, que me hizo plantearme algunas cosas. Un hombre de talla baja –que tiene enanismo óseo– hacía reír a propósito, con sus guiños y gestos, a una niña pequeña. El resto del vagón, callado, miraba entre sorprendido y asqueado al hombre. Aquella inocente risa infantil se convirtió finalmente en carcajada. La madre de la muchacha le dio una bofetada y le susurró al oído –aunque lo escuchó todo el vagón–: “Deja de reírte, este hombre tiene un problema”. El hombre de estatura baja, contento por hacer sonreír a la niña con sus bromas –como todos hemos hecho alguna vez– se aproximó a la mujer y, en voz alta, le dijo: “El problema lo tienes tú y todos los demás por verme diferente, no como una persona más, y lo que me molesta son vuestras caras de incomodidad al tenerme cerca, no la risa de una cría”, y se bajó del tren.


Ésta es la realidad, y lo medios de comunicación, en su afán por trasmitir esa realidad, deben tratar no sólo temas políticos o económicos, sino también “lo social”. Este periodismo social, en el que trabajan agencias como Servimedia, mantiene la máxima de “defensa de valores sociales” y busca la objetividad intelectual, sobre todo hacia individuos con algún tipo de discapacidad, enfermedad; o grupos sociales como las prostitutas, los menores, los drogodependientes o las mujeres maltratadas. En su manual Periodismo social, Servimedia propone una correcta selección léxica para referirse a estas temáticas sociales. La labor de esta agencia es admirable al preocuparse por tratar con “normalidad, claridad y respeto” realidades un tanto delicadas. Evitar el uso de términos como minusválido, retrasado, enano, puta o moro, es una necesidad que toda la prensa seria cumple y, por tanto, es adecuado recordarlo pero no es necesario darle mayor importancia. En este sentido, se deben denunciar titulares como “Los inmigrantes ‘sin papeles’ claman por la integración y homenajean a los fallecidos” (El Mundo, 16/10/2008) o fragmentos –por más que se trate de un artículo de opinión– de este tipo: “...arruinar su carrera profesional o incluso traer al mundo un subnormal profundo o un vegetal humano descerebrado.” (El País, 24/03/2009).

No obstante, el manual de Servimedia va más allá y ofrece las expresiones apropiadas para cada situación. Algunas de ellas, como persona con diversidad funcional, entran en un “lenguaje políticamente correcto” que no favorece la expresión clara y normal de estos casos, sino que representan sustituciones léxicas de carácter eufemístico que disimulan una realidad que debería mostrarse con naturalidad. Otra propuesta exagerada del manual es la “tendencia generalizada al uso de la palabra persona acompañando la definición de la correspondiente discapacidad”, que tiene por resultado expresiones como persona con discapacidad visual o persona inmigrante. Esta norma resulta redundante, pues si su uso se extendiera acabaríamos escribiendo persona joven en vez de joven, o inutilidades por el estilo. El empleo forzado de una palabra tan genérica como “persona” demuestra que existe un empeño premeditado por incluir a ciertos individuos en la condición de persona y, por tanto, se trasmite la idea de que están desfavorecidos, marginados, aislados, cuando según el propio manual se debe contribuir a su “integración en nuestra sociedad como ciudadanos en igualdad de condiciones”.

Pese a estas mínimas contradicciones, las propuestas de Servimedia suelen extenderse a otros medios de comunicación que, menos especializados en estas cuestiones, adoptan la selección léxica de este tipo de manuales para introducirla en su libro de estilo, o sirven a los periodistas para emplear términos apropiados a cada situación. Esta concienciación –casi una labor humanitaria– ha condicionado el tipo de mensaje en el periodismo social, pues se ha reducido la discriminación de ciertos actores sociales, mediante la eliminación de prejuicios y la consecución de una mayor receptividad, por parte de la sociedad, de lo que antes se veían como estigmas sociales. Temas como la prostitución, los maltratos o las discapacidades mentales, han dejado de tratarse con frivolidad, en búsqueda del morbo y la atracción, y se han convertido en asuntos sociales tomados con seriedad, sobre los cuáles el mismo Gobierno ha tenido que actuar con la promulgación de leyes. Los medios de comunicación son los culpables de crear prejuicios que perjudican a sectores de la población, y a la vez, se encargan luego de corregirlos para integrar como normal lo que antes era presentado como un problema, enfermedad o algo inferior. Un ejemplo claro que cita el manual de Servimedia es el sida, que años atrás se consideraba una “enfermedad de homosexuales contagiosa”. Otros casos significativos podrían ser el tratamiento de los judíos después de la Segunda Guerra Mundial en la prensa europea, con el fin de evitar el odio hacia este pueblo; o la protección entre la prensa latinoamericana que reciben los pueblos originarios, un 5% de la población, que son denominados originarios o autóctonos, para no emplear el término indígena que se asocia a indigente.

De todo ello, podemos concluir que la concienciación de la sociedad debe provenir de una campaña previa de sensibilización, beneficiosa para los actores sociales marginados históricamente. Esta responsabilidad civil recae tanto en instituciones como en medios de comunicación. La función de los periodistas en este proceso es dirimir el vocabulario utilizado para no dar una imagen equívoca. El debate ahora podría ser si el primer paso consiste en una concienciación social para cambiar el contenido léxico de las informaciones, o si es la prensa, como poder influyente, quién tiene el deber de escoger con cuidado las palabras correctas, para así modificar la visión de la opinión pública. En cualquier caso, la incomodidad –por no decir rechazo en muchos casos– de esa madre y del vagón en general ante el hombre de baja talla tiene una causa que entre todos debemos atajar. De tal modo, esperemos que esa niña, que felizmente sonreía, cuando tenga diez años más no se pase todo el trayecto de tren intentando adivinar con cara de extrañeza la estatura de una persona con enanismo, o no sienta preferencia por cruzar de acera cuando vea un grupo de marroquíes que vienen de frente hacia ella.

martes, 12 de mayo de 2009

La chica de ayer

Primera hora de la mañana. Me hago mi café y pongo el telenoticias. De nuevo imágenes de Antonio Vega –fallecido ayer– en alguno de sus conciertos. No me desagrada su música y le rindo mi pequeño homenaje descargándome La chica de ayer y Azul, mis dos preferidas. Continúo con mi café mientras hojeo el País Dominical –sí, un miércoles, así voy–. Sin embargo, vuelvo a atender al televisor porque, entre vídeos del cantante de La Movida e imágenes de los bilbaínos que ya están en Valencia, escucho una noticia sobre el lanzamiento de gases tóxicos en una escuela afgana de mujeres por parte de talibanes. No son más que hijos de puta (aunque les dará igual un insulto así). ¿Por qué? Pues porque piensan que la mujer pertenece a una clase subhumana, y no debe tener derecho a la escolarización. Por eso atacan colegios de chicas. Ello me hace pensar que no deben tener mucho aprecio a sus madres.

La noticia apenas dura treinta segundos –supongo que el jefe de redacción habrá pensado que eran más importantes otras cuestiones del día–. No me enfado, ya que por lo menos lo han dado, y voy directo a mi ordenador para informarme sobre la situación de las mujeres en Afganistán y otros lugares del mundo. Lo que me encuentro no es agradable –como ya preveía–, menos mal que sólo desayuno un cortado, porque lo que viene a continuación, señoras/es, revuelve las tripas.
A la izquierda, dos fotografías de mujeres afganas maltratadas a manos de sus maridos, o manos de unos desgraciados si lo prefieren. Y el rostro no se te queda así por recibir un puñetazo. Estas mujeres han recibido puñetazos desde que se casaron –en esos países, a los quince años–, han sido rociadas con aceite hirviendo o con ácido, y así todas las vejaciones que se les ocurran. Ellas, por suerte o por desgracia, han sido rescatadas por alguna ONG o por algún periodista despistado, sin embargo, en Afganistán ocho de cada diez mujeres reciben malos tratos, por no hablar de la falta de derechos como la enseñanza, la falta de libertades como salir a la calle y el inútil velo que las convierte en seres anónimos, sin identidad, sin rostro, esclavas de por vida.

Más abajo a la derecha, Asha, somalí de 24 años, lapidada. Su “delito” fue haber sido violada. Para los que no lo sepan –o no quieran saberlo– la lapidación consiste en matar a alguien (normalmente una mujer) a pedradas. El castigo consiste en enterrar, o no, medio cuerpo de la condenada, cubrirla con una tela, o no, y a continuación una multitud se pone en frente y se dedica a lanzar piedras hasta que el “saco enterrado” (la mujer acusada) deja de moverse, lo cuál significa que está muerta. Se aplica a las mujeres que han cometido supuestamente adulterio –“poner los cuernos” –. En Somalia, como en Nigeria, Afganistán, y muchos otros países, este tipo de condenas son habituales.

Como podéis comprobar, hoy “me asomo a la ventana” y no veo a la chica de ayer, me choco de morros con la pura realidad. Cruel, injusto, desigual, despreciable, abominable, desagradable, así es el mundo, y así se lo hemos contado, tan crudo como es. Ayer murió un símbolo del pop; hoy, y cada día, mueren símbolos de la dignidad humana, de la libertad, porque la muerte de una mujer por malos tratos o por lapidación, no es un simple asesinato, es una tragedia, un atentado contra la condición humana.

Antonio, descansa en paz, ya no tendrás que ver la cantidad de mierda que hay en este mundo. “La luz de la mañana entra en la habitación...”

miércoles, 6 de mayo de 2009

Patxi el "Mesías", que no nos vendan la moto

“Patxi López proclamado nuevo lehendakari de Euskadi, momento histórico para una comunidad autónoma gobernada desde siempre por nacionalistas”. Con estas cabeceras abrían la mayoría de los informativos televisados su edición matutina y vespertina. A bote pronto la primera sensación que trasmite esta noticia es que los nacionalistas han sido los causantes de todos los males de Euskadi –sobre todo refiriéndome al terrorismo– y que con la llegada de la “izquierda española” todo se arreglará.

El asunto se vuelve más preocupante cuando en los telediarios se alternan imágenes del “Mesías” Patxi López con declaraciones de políticos, como Rajoy, afirmando que es “un gran paso para la lucha contra ETA”, o que “por fin se ha cumplido el sueño de muchos (y a continuación recuerdan a Miguel Ángel Blanco)”, o que “con el nuevo lehendakari el fin del terrorismo está más cerca”. Con este tipo de informaciones, a cualquier telespectador un poco desinformado le parecerá que el Gobierno vasco lo formaban hombres con pasamontañas, trajes paramilitares y fusiles de asalto.

Ridícula tanta euforia por una victoria inventada. Muchos telespectadores pensarán que Patxi López ha obtenido la mayoría de calle, por eso están tan contentos. Yo les cuento que no es así. PNV obtuvo 30 escaños, uno más que en 2005, mientras que PSE –si bien aumentó sustancialmente el número de votos con respecto a 2005– sólo obtuvo 25. Sin embargo, la política –y más con el nuevo “Mesías” vasco– hace milagros. Lo último en disparates es que P“SO”E y PP se unan para lograr los puestos de poder en la política vasca, o lo que ellos llaman “unirse por la lucha contra el terrorismo”. Esta maniobra política interesada tiene como resultado un la investidura de un lehendakari no abertzale y un pepero como presidente de la cámara vasca, el colmo de los colmos teniendo en cuenta que el PP ha sufrido una derrota electoral con dos escaños menos. A eso lo llaman “democracia”, yo lo veo más como las incongruencias de un sistema inútil.

Tampoco entiendo la ilegalización de Batasuna. Los españolistas se pasan la vida reclamando diálogo con ETA y no son capaces de dejar participar a su brazo político en unas elecciones. Quizá el miedo está en no querer darse cuenta de cuántos vascos votarían esa formación. ¿Cómo se sentirá un vasco que no puede votar al partido que le representa y cuando encima vota a otro, por mucho que gane las elecciones, no puede gobernar? Así se solucionan los problemas, velando por los derechos de los ciudadanos y la “soberanía nacional”. Entiendo la irritación de amplios sectores de la población vasca, porque lo que se ha llevado a cabo es una manipulación en toda regla para ganar puestos de poder.

Los mismos políticos y medios que abogan por el pluralismo en España, dan brincos de alegría cuando se echa del gobierno a un partido nacionalista. De nuevo la insensatez de los españolistas en nuestro país. Ya sucedió en Catalunya cuando el PSC logró llegar al Govern tras 23 años de mandato nacionalista, con Jordi Pujol. Sin embargo, no recuerdo tanto jaleo mediático. En Euskadi es diferente, porque allí repartirán el bacalao PSOE y PP y ambos quieren sacar tajada de su papel en este “triunfo” en vista a las elecciones europeas. Aznar –que por favor no vuelva– comentó hace pocos días que Jaime Mayor Oreja, candidato del PP a las europeas, fue el que emprendió la lucha contra el nacionalismo. Oportuna observación Sr. Aznar, “siga trabajando” en su búsqueda de un buen plan de pensiones, porque en España sobran personajes como usted, ya tenemos dibujos animados.

Con todo esto quiero decir que la única pretensión que hay detrás de esta exaltación es vendernos la moto de que el nacionalismo vasco (PNV) es el culpable de que siga existiendo ETA. Pues bien, veamos como llega el fin del terrorismo con la toma de posesión del “Mesías” Patxi López y sus séquitos españolistas. Mientras, seguiré creyendo en esas nacionalidades (tanto catalana como vasca), que tanto han dado a un país –España– que no es el suyo, porque algunos preferimos recordar la verdad. Patxi, esperamos “ver la luz” pronto, “ilumina nuestro camino”, o mejor márchese por donde ha venido, tanto en Catalunya como en Euskadi sobran “españolitos” –por no llamarlos fachas– disfrazados de progres.

lunes, 4 de mayo de 2009

Pros y contras del cambio tecnológico en la reestructuración del sistema de comunicación de masas

“La velocidad eléctrica tiende a abolir el tiempo y el espacio de la conciencia humana. No existe demora entre el efecto de un acontecimiento y el del siguiente. La extensión eléctrica de nuestro sistema nervioso crea un campo unificado de estructuras orgánicamente interrelacionadas que nosotros llamamos la actual Era de la Información”. De este modo describía Marshall McLuhan el resultado del cambio tecnológico constante que sufre nuestra sociedad, más acelerado en las últimas décadas.

Desde el telégrafo hasta la realidad virtual, el vertiginoso avance tecnológico lo conforman centenares de artilugios electrónicos que, como extensiones de nuestro propio cuerpo, han mejorado las capacidades humanas hasta límites inimaginables. Ahora somos capaces de ver, oír y conocer más; las distancias y el tiempo se han acortado a milésimas de segundo, y con ello la comunicación se ha vuelto más rápida y cómoda. La principal consecuencia del progreso tecnológico es la aparición de una conciencia compartida (D. KERCKHOVE, La piel de la cultura, pág. 74), un mundo globalizado, caracterizado por la interrelación, que facilita todo tipo intercambios, entre ellos el de la información.

Este intenso tráfico comunicativo
–propiciado gracias a los avances tecnológicos– representa, junto a la mejora de los transportes, la causa de la globalización mundial actual. Este fenómeno, a su vez, ha producido cambios en la estructuración de los sistemas de comunicación de masas. La radio, la televisión y la prensa se han visto superadas por Internet; el audiovisual atrae más que el texto; y los diarios se han convertido en grandes grupos empresariales de mass media. La suma de estos factores dota de mayor cantidad, inmediatez e instantaneidad a los contenidos que se ofrecen al público. La velocidad con la que se transmiten los acontecimientos en cualquier parte del mundo, la posibilidad de escoger la información entre una abundante oferta y de recibirla de forma sencilla –gráficos, imágenes, vídeos– y, por tanto, comprensible; son algunas de las ventajas que los medios de comunicación nos conceden.

Sin embargo, no todo parece tan magnífico como sentarse delante de una pantalla y poder acceder a cualquier contenido sin moverse del sitio. La reestructuración de los medios de comunicación masas representa el control de la información por parte de unos cuantos, es decir, la monopolización del sector. Los grandes grupos empresariales ofrecerán un servicio –la información– en función de unos intereses propios –el máximo beneficio económico– y eso no contribuye a mejorar la calidad del producto, sino la cantidad e inmediatez. En el momento en que perciben a los “individuos como potenciales clientes”, tal como indica D. Kerckhove, el rigor y la calidad de los contenidos no resultan una prioridad, ya que se intenta atraer al espectador mediante la tragedia ajena (amarillismo), el humor fácil y los enredos amorosos. En los diarios de elite u otros medios serios el problema es el tiempo: la información es tanta y viaja tan deprisa, que los periodistas no disponen de tiempo para realizar un seguimiento o investigación de los temas, e incluso ni para contrastar datos con otras fuentes.

Otra aparente ventaja que proporciona el cambio tecnológico es la interactividad. Con Internet los consumidores actúan además como productores de información –prosumidores (D. KERCKHOVE, La piel de la cultura, pág.120)– y pueden compartir sus opiniones, conocimientos y experiencias con el resto del mundo. Asimismo, esta interacción permite comunicarnos entre nosotros a cualquier distancia, es decir, mantener contacto con otros lugares del mundo. Esta ilimitada capacidad comunicativa que ha experimentado el ser humano supone un cambio en la cultura y en el modelo social. Los media aparecen como nuevo vínculo social, “en un mundo ensanchado para los individuos y más pequeño para los colectivos”, como señala Kerckhove.

No obstante, la abundancia de contenidos –sobre todo en la red– provoca lo que denominamos infosaturación. El descomunal aumento de información pone en peligro la calidad de ésta, ya que los medios de comunicación deben emitir continuamente noticias, en ocasiones sin velar por el rigor de sus contenidos. La aparición del prosumismo también supone un riesgo para los periodistas, cuya labor puede ser realizada por “cualquiera”. En este sentido, se ha abierto un debate sobre el futuro del periodismo, que parece se tendrá que volver más interpretativo.

Otro inconveniente de este cambio en el sistema comunicativo lo encontramos en la cita anterior de Kerckhove: para un broker tal consecuencia será considerada una mejora, pero para un colectivo en defensa de una nación sin Estado –teniendo en cuenta el ya escaso poder decisorio de los Estados– resultará una desventaja, ya que su papel en un mundo globalizado será ínfimo.

Toda transformación supone unos pros y unos contras, que deben superarse mediante la adaptación. A la pregunta sobre si estamos preparados para tal aceleración, la respuesta es que sí, porque cada generación ha tenido que cambiar sus hábitos para adoptar las nuevas tecnologías en la vida cotidiana, y lo ha logrado con éxito. Por tanto, no existe peligro social ante semejante desarrollo, lo importante es educarnos para utilizar los aparatos en beneficio del conocimiento, y no optar por la comodidad sin preocuparse por ser críticos con la información que recibimos.


Ensayo elaborado para la asignatura Estructura de comunicación de masas (UAB), a fecha de 2 de abril de 2009 (sin tiempo para escribir otras cosas).