La noticia apenas dura treinta segundos –supongo que el jefe de redacción habrá pensado que eran más importantes otras cuestiones del día–. No me enfado, ya que por lo menos lo han dado, y voy directo a mi ordenador para informarme sobre la situación de las mujeres en Afganistán y otros lugares del mundo. Lo que me encuentro no es agradable –como ya preveía–, menos mal que sólo desayuno un cortado, porque lo que viene a continuación, señoras/es, revuelve las tripas.


Más abajo a la derecha, Asha, somalí de 24 años, lapidada. Su “delito” fue haber sido violada. Para los que no lo sepan –o no quieran saberlo– la lapidación consiste en matar a alguien (normalmente una mujer) a pedradas. El castigo consiste en enterrar, o no, medio cuerpo de la condenada, cubrirla con una tela, o no, y a continuación una multitud se pone en frente y se dedica a lanzar piedras hasta que el “saco enterrado” (la mujer acusada) deja de moverse, lo cuál significa que está muerta. Se aplica a las mujeres que han cometido supuestamente adulterio –“poner los cuernos” –. En Somalia, como en Nigeria, Afganistán, y muchos otros países, este tipo de condenas son habituales.

Como podéis comprobar, hoy “me asomo a la ventana” y no veo a la chica de ayer, me choco de morros con la pura realidad. Cruel, injusto, desigual, despreciable, abominable, desagradable, así es el mundo, y así se lo hemos contado, tan crudo como es. Ayer murió un símbolo del pop; hoy, y cada día, mueren símbolos de la dignidad humana, de la libertad, porque la muerte de una mujer por malos tratos o por lapidación, no es un simple asesinato, es una tragedia, un atentado contra la condición humana.
Antonio, descansa en paz, ya no tendrás que ver la cantidad de mierda que hay en este mundo. “La luz de la mañana entra en la habitación...”
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