martes, 24 de noviembre de 2009

Periodismo de estar por casa

En tiempos de crisis, los ciudadanos compramos marcas blancas, o renovamos menos a menudo la ropa, o no salimos a cenar a un restaurante. Los gobiernos reducen los servicios o las ayudas o cualquier otro presupuesto. Las empresas, directamente, mandan a miles de personas al paro. Cada actor social tiene sus formas de hacer frente a una situación económica adversa.

En el caso de las entidades deportivas, la solución es deshacerse de gastos innecesarios. En esta selección previa de elementos prescindibles se tienen en cuenta los aspectos puramente deportivos, mientras que los demás penden de un hilo. En esta ardua tarea de limpieza, desempeñado tanto por clubes como por empresas, los periodistas acostumbran a situarse en la cabeza de esa lista de posibles elementos desechables.

Muchos considerarán que el periodismo consiste en teclear frases bien ligadas. De este modo, todos podemos ser periodistas sin pasar por una facultad de comunicación. Y de este mismo modo, más de 5.000 licenciados en periodismo llenan las listas del paro −1.900 más que el año pasado−; siendo así los estudios universitarios con el nivel más alto de desempleo.

Esta desvaloración hacia los periodistas es una consecuencia de una visión errónea del papel de los ‘comunicólogos’. Por ejemplo, en un club deportivo, si un niño marca un gol, encesta una canasta, o un equipo gana un partido, sólo lo sabrán los familiares de los jugadores y algunos miembros o aficionados asiduos a la entidad. Si ese escenario cuenta con la presencia de un periodista, miles o millones de personas tendrán conocimiento de ese gol, canasta o victoria. Es decir, un hecho no existe si no aparece publicado.

A pesar de esta importante función informativa, podemos seguir creyendo que los periodistas no somos imprescindibles. Sin embargo, tal y como sucede en nuestra vida cotidiana, sólo somos capaces de aprender, enseñar, conocer, relacionarnos, si nos comunicamos. De manera extensible al funcionamiento de un club, la comunicación −organizada y desarrollada con profesionalidad− resulta una parte vital dentro de esa estructura. Por su capacidad de adaptación, las tareas de un periodista como miembro de un club pueden ser infinitas.

Las actuaciones para superar una crisis, o sin crisis, pueden ser comprar marcas blancas, no salir de compras o a cenar, colocar diez papeleras en vez de veinte, o doblar el trabajo de un empleado; pero que nunca sea pasar por alto la figura del periodista en una entidad, o por lo menos que no se tome esa decisión por desprestigio a la profesión. Si todos fuésemos capaces de desempeñar de manera competente las funciones de un periodista no existirían las facultades de comunicación, ¿no? Por lo menos, para aquellos que lo intenten o se lo crean, que se paren a pensarlo dos veces.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Un poco de heroína para desayunar

Últimamente me vienen a la cabeza pensamientos indecentes, como dirían los de la túnica blanca. Sin ir más lejos, estaba el otro día en el concierto de mi amigo Carlos y me llamó la atención una anécdota que contó sobre un tema del que habíamos hablado mucho. En boca de este colega: “Tengo un conocido que se mete droga dura y está muy acabado. Hace un tiempo hablé con él y me dijo que le gustaría ser tan grande como nosotros para poder dejar las drogas. Y yo me pregunto: ¿quién es más grande de los dos?”. Ahí acabaron las frases de Carlos, pero mi cabeza siguió dando vueltas hasta hoy mismo.

La sociedad (colegio, papá, mamá, incluso el típico tío que sólo ves en los entierros) nos ha enseñado que consumir drogas es malo. Y yo me vuelvo a preguntar: ¿por qué es malo? Porque te mata o ¿por qué? Y la pregunta que sigue a continuación es: ¿vale más la pena vivir veinte años de vejez o vivir veinte minutos en el cielo? La gente nos empeñamos en alargar la edad de nuestra muerte, pero, en cambio, no nos preocupamos por aprovechar esos años que van pasando. Y no me refiero sólo a meterse droga: hablo de la persona que dejamos de conocer porque tenemos pareja, las fiestas que dejamos de vivir porque al día siguiente hay que ir al trabajo, las tonterías que dejamos de hacer por no quedar mal, las sonrisas que escondemos para mantener un respeto, los viajes que nos perdemos por miedo a no sé qué, los llantos que también escondemos para no dar pena y las miles de cosas que se van quedando en el camino y nunca vuelven.

Volviendo al tema de las drogas, quizá el caso más extremo, seguramente muchos ‘yonkis’ con conciencia no han visto a sus nietos crecer, sin embargo, todos nosotros no habremos experimentado sensaciones límite como ellos. ¿Y qué es lo correcto, o normal, o aceptable? Sinceramente creo que lo de cuidar de los hijos de tus hijos, por ejemplo, no es de esas cosas que den sentido a la vida. Podemos aguantar sesenta u ochenta años, pero dura tan poquito lo bueno del vivir, aquel momento en que sueñas despierto, en que crees que puedes comerte el mundo, en que tu único miedo es dejarte algo por hacer y por eso vives en un presente constante, donde “lo que pase después” tiene importancia cero.

Todos esos miedos que arrastramos -a drogarse, a equivocarse, a no tener un buen trabajo, a quedarse sólo...- son los que evitan que aprovechemos la vida. Como diría alguien de Madrid (recuerdos, por cierto): “el sentido común es la única barrera de los sueños”. Y aunque me cueste reconocerlo, soy demasiado acojonado como para chutarme, pero debo decir que admiro a los que lo hacen con conciencia. Es más, no simpatizo demasiado con aquellos que piensan que los ‘yonkis’ son una lacra para la sociedad. A ellos les recuerdo que; desde los filósofos griegos con las bolas de laurel, hasta Dalí, pasando por Shakespeare y muchísimos más; seguimos admirando las obras de esos ‘yonkis’ que tanto despreciamos luego. Una contradicción más de las muchas que acumula el ser humano.

Ahí lo dejo, para todos los que sigan pensando que tener esposa, un coche familiar, una casa con jardín, una hipoteca de por vida y unos nietos encantadores, les haga mejores personas que esos ‘yonkis’ que llenan muchas de las estanterías de nuestras bibliotecas, o que simplemente vivieron algo por encima de lo que nosotros llamamos “normal”. A ti Carlos, no le des más vueltas, nos tenemos que considerar grandes sólo por tenerlo en cuenta.