lunes, 30 de marzo de 2009

Apretarse el cinturón

La expresión “apretarse el cinturón” proviene del castellano medieval y surgió en épocas de sequías. Hace apenas unos meses nadie creía que en plena era de la modernidad y los avances tecnológicos este dicho popular recobraría tanta importancia. Ahora son los propios gobiernos y medios de comunicación los que se hartan de repetir esta expresión, que años atrás fue tabú. Sin embargo, el asunto empieza a preocupar cuando es un empresario el que pronuncia “debemos apretarnos el cinturón”, porque eso representa que dos mil, cinco mil familias, lo pasarán realmente mal para llegar a final de mes. Este hecho tan cotidiano en nuestros días se convierte en problema cuando la cifra de personas con el “cinturón apretado” (eufemísticamente denominados parados) ascenderá a cinco millones en diciembre.

Nadie conoce la fórmula secreta para afrontar la crisis. Algunos desearían contactar con antepasados suyos para saber cómo sobrevivían en épocas de guerra, los más prácticos prefieren simular el incendio de su casa para cobrar la póliza –aunque la solución suele fracasar. Entremedio se encuentra la inmensa mayoría, los que intentamos superar el bache mediante medidas más corrientes.

En primer lugar, resulta necesario borrar de la cabeza todo aquello que tanta ilusión te hacía comprarte –un coche familiar, un televisor de plasma, un tontón o un ordenador portátil– y darte cuenta que tendrás que esperar unos cuantos añitos más. En segundo lugar, toca eliminar los caprichos: la cenita en el restaurante, las escapadas de fin de semana a una casa rural, las camisas de marca para los domingos, los viajes a hoteles caros (o más bien los viajes en general), descargarse películas en vez de ir al cine o evitar ir de compras con tus hijos. Por último, y lo más difícil, es reducir gastos: consumir marcas blancas, ahorrar luz y agua o desplazarse en transporte público.

El panorama cotidiano de la crisis nos deja carros de la compra menos llenos, bares más vacíos, dependientes aburridos y colas en las oficinas de empleo. En los hogares las neveras refrigeran productos Hacendado y los armarios acumulan ropa de la temporada pasada. La imagen no es catastrófica. El lado positivo es que nos volveremos más sociables, ahora comeremos con nuestra suegra cada domingo, pasaremos los agostos en un camping junto a otras familias y conoceremos mucha gente en el metro a primera hora de la mañana. Esperemos no tener que apretarnos el cinturón mucho más, porque acabará siendo imposible digerir los copiosos estofados de la suegra.

domingo, 15 de marzo de 2009

Paremos tanta hipocresía

“La discriminación de los negros está presente en cada momento de sus vidas para recordarles que la inferioridad es una mentira que sólo acepta como verdadera la sociedad que los domina”. Con estas palabras, incluyendo el término negro en sus discursos, defendía Martin Luther King los derechos de su etnia en territorio estadounidense. Hoy en día, cincuenta años después de aquellas palabras, muchos periodistas se empeñan en denominar afroamericanos a los negros de ese país. Si aquel negro, que tuvo el sueño de lograr la igualdad para un pueblo y luchó hasta su muerte por ello, utilizaba sin reparo el término negro para referirse a una raza, ¿por qué cincuenta años después muchos periodistas todavía se niegan a emplear esa misma palabra en sus artículos? ¿Acaso llamamos euroamericanos a los emigrantes de origen irlandés o italiano ya integrados, como los negros, en Estados Unidos desde hace décadas?

Los eufemismos, como indica la RAE, son la “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Un negro nunca se ofenderá por ser llamado de tal forma. Quizá es a los blancos a quienes nos resulta “dura” la palabra negro. María Moliner nos acaba de confirmar la hipótesis mediante su definición de eufemismo: “expresión con que se sustituye otra que se considera demasiado violenta, grosera, malsonante o proscrita por algún motivo”. El motivo de que nos parezca violento el término negro es que la mayoría de blancos todavía realizamos la distinción ellos-nosotros en nuestras mentes y muchos los consideran inferiores. El término afroamericano, por tanto, esconde la realidad de una sociedad todavía racista.

Precisamente, son los políticos con traje, que emplean un lenguaje políticamente correcto (eufemismo de hipócritas) y aparecen en las pantallas como galantes de la igualdad y la tolerancia, los que luego son incapaces de realizar trámites diplomáticos para atajar los abusos de Guantánamo, o lo que es lo mismo: los que pasan de mover el culo para acabar con las torturas de centenares de inocentes.

Presentar la realidad de forma directa y clara en ocasiones supone una amenaza para la estabilidad de los sistemas políticos, que ven peligrar la balanza de la opinión pública. En este senido, los periodistas se aprovechan de esta necesidad para crear un lenguaje más “culto” y lo único que consiguen es colar una información lo más digerible posible, que no remueva la conciencia de “una sociedad acostumbrada a levantarse cada mañana, escuchar la radio o el telenoticias mientras desayuna, y confirmar que todo sigue en orden”, como describe muy bien el sociólogo Luís Arroyo.

Los eufemismos no son más que el maquillaje de una realidad cruda, de un mundo que sufre a nuestro alrededor. Los pocos tabúes que aparecen en los medios de comunicación se tratan con tal delicadez y cuidado que se convierten en sucedáneos de la verdad. Mi recamo como periodista, es que los que nos dedicamos a este oficio empecemos a ser más críticos y transmitamos lo que sucede cómo sucede, no cómo a la sociedad le gustaría verlo. Ya es hora de combatir el lenguaje políticamente correcto que tantos males disimula y a tantos individuos engaña.

jueves, 12 de marzo de 2009

Una flor para ti


Solemos recordar a personajes célebres de nuestra cultura por el día de su muerte y no por alguna de sus hazañas personales. Hoy se cumplen 70 años de aquella noche en que una joven escritora catalana abandonaba su hogar, su marido y su hijo para partir al exilio acompañada de su amante y un grupo de poetas. Me refiero a Mercè Rodoreda, nacida el 10 de octubre de 1908 en un barrio acomodado de Barcelona. Mercè contrajo matrimonio a los veinte años con un tío suyo y tuvo su primer y único hijo. Pero Rodoreda no fue nunca una joven burguesa como las demás. Quizá por el amor a la lectura y a la cultura catalana que le enseñó su abuelo en su infancia, quizá por su sensibilidad artística provinente de su madre, Mercè pronto huyó de la monótona vida de casada para dedicarse a su verdadera vocación: escribir.

En 1937, año de su divorcio, Rodoreda ya se había consolidado como una de las escritoras más importantes del panorama cultural catalán tras haber escrito sus primeras novelas y trabajado en diarios y revistas. Por aquel entonces, ya se había convertido en toda una personalidad en la ciudad Condal, donde se codeaba con políticos, periodistas y grandes empresarios. Sin embargo, lo que hizo grande a la escritora de mirada penetrante no fueron sus contactos de traje y corbata, sino sus amistades –o más que amistades– con Andreu Nin y con poetas como Francesc Trabal o Joan Oliver, con los que se instalaría en el château de Roissy-en-Brie.

No sabemos si Mercè hubiese abandonado su tierra si hubiese sabido que no volvería a pisarla en 33 años, lo que si sabemos es que vivió peligrosamente, como ciudadana exiliada de un país en guerra, pero sobre todo, como mujer libre, porque como afirmó por boca de Aloma: “Los únicos paraísos posibles son los perdidos”. Rodoreda era consciente de que la felicidad “tan sólo se recuerda o se añora, pero nunca se consigue”, como le enseñó Joan Oliver, por ello escogió el camino difícil y llevó una vida al límite. La propia autora reconocía en La plaça del diamant que “las cosas eran bonitas, la vida no tanto”, sin embargo, nunca cesó en su búsqueda de la felicidad. Colometa, personaje de una de sus novelas, recordaba “aquel adoquín levantado” mientras discutía con su marido. Rodoreda, como Colometa, rodeada de un mundo en guerra y oprimido, prefirió buscar en los detalles la fuerza necesaria para seguir adelante.

Con su escritura hablada, sus frases cortas separadas por puntos y una tendencia imparable al polisíndeton, Mercè Rodoreda creó un estilo propio, pero es su vida la que la convierte en un símbolo de la mujer culta y libre, porque Mercè fue “una escritora, no una fabricante de novelas”, pero ante todo, fue “una vividora que se guió por el corazón”, según Montse Casals. Por todo ello, al ver una flor amarilla, algunos recordamos aquella dulce sonrisa de la siempre joven escritora catalana que arriesgó todo por saborear la libertad.
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Pequeño homenaje a una escritora que me encanta y que me ha enseñado muchas cosas de la vida sólo con sus textos.

domingo, 8 de marzo de 2009

Día Internacional de la Mujer

Aunque para mí el día de la mujer, como el de la madre o el del trabajador, sean todos los días del año, porque cada mañana me levanto con los mismos pensamientos, no me hace falta apuntarme una fecha anual en el calendario para darle importancia, he decidido subir hoy esta entrada porque la conversación de este mediodía sobre el tema con mi madre me ha suscitado el interés necesario como para dedicarle unos cuantos minutos. En el lenguaje, utilizo la forma femenina como reivindicación de acuerdo con el día.


Ya pasa una hora del Día Internacional de la Mujer, pero, como siempre a destiempo, querría rendir un pequeño homenaje a todas las mujeres: a las que siguen vivas, a las ya muertas, pero sobre todo, a las que cada día mueren al lado de un hombre. Con mueren quiero decir que son anuladas, desvalorizadas, ridiculizadas y suprimidas de la vida social, por parte de la persona que se hace llamar “cariño”. Y por desgracia, son cada vez más las adolescentes que ceden su libertad a cualquiera a cambio de un poco de cariño, y sin darse cuenta se encuentran con veinti pocos años casadas con un marido que se darán cuenta que no quieren, y con unos hijos que tendrá que cuidar ella solita.
Hoy se cumplen cien años precisamente de aquel 8 de marzo de 1908 (fecha discutible) en el que murieron calcinadas 146 mujeres trabajadoras de la fábrica textil Cotton de Nueva York en un incendio provocado por las bombas incendiarías que les lanzaron ante la negativa de abandonar el encierro en el que protestaban por los bajos salarios y las infames condiciones de trabajo que padecían. Por desgracia también, la mayoría de jóvenes no recordamos el motivo de este Día Internacional de la Mujer. Cuando una persona es capaz de morir calcinada por conseguir sus derechos, todo lo que uno mismo haga en esta vida parece insignificante. La mayoría culpan a los hombres de esa desigualdad (“El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”, Simone de Beauvoir), pero debemos ser un poco autocríticas con nosotras mismas y darnos cuenta de que existen todavía muchas mujeres incapaces de reivindicar la igualdad y luchar por ella.


En el mundo siempre han existido desigualdades, entre negros y blancos, entre hombres y mujeres, etc. Ya en el siglo I d.C. San Pablo, primer teólogo del cristianismo, afirmaba: “No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio”, y más tarde Averroes, importante filósofo árabe del siglo XI, predicaba: “La mujer no es más que el hombre imperfecto”. Con esto, quiero decir que tanto el cristianismo como el islam han marginado a la mujer a lo largo de la Historia. Aquí en Occidente hemos superado parcialmente esta injusticia gracias al abandono paulatino de la creencia en la religión. Lamentablemente, en otros países como Nigeria o Pakistán continúan lapidando (matar a pedradas) a mujeres condenadas por adulterio (poner los cuernos al marido, que en esos países representa hablar con el vecino o ser acusada sin haber hecho nada).


Resulta difícil enmendar miles de años de desigualdad. Mi único deseo es que algún día todos seamos valorados según nuestras capacidades y no por nuestra condición, y que todos podamos tener las mismas posibilidades de acceso a cualquier trabajo. Pero por encima de todo, mi deseo es que ni aquí ni en ningún lugar del mundo se sigan matando mujeres por el hecho de ser consideradas inferiores. Yo seguiré reconociendo sus cualidades, ni mejores ni peores que las de los hombres, y admiraré por encima de todas ellas la capacidad de ser independientes y de realizar su camino sin prescindir de un hombre. A todas ellas, les dedico la entrada de hoy y anoto unas palabras de la actriz Zsa Gabor para darles fuerza en su lucha:

"Cuando un hombre se echa atrás, sólo retrocede de verdad. Una mujer sólo retrocede para coger carrerilla"