“La discriminación de los negros está presente en cada momento de sus vidas para recordarles que la inferioridad es una mentira que sólo acepta como verdadera la sociedad que los domina”. Con estas palabras, incluyendo el término negro en sus discursos, defendía Martin Luther King los derechos de su etnia en territorio estadounidense. Hoy en día, cincuenta años después de aquellas palabras, muchos periodistas se empeñan en denominar afroamericanos a los negros de
ese país. Si aquel negro, que tuvo el sueño de lograr la igualdad para un pueblo y luchó hasta su muerte por ello, utilizaba sin reparo el término negro para referirse a una raza, ¿por qué cincuenta años después muchos periodistas todavía se niegan a emplear esa misma palabra en sus artículos? ¿Acaso llamamos euroamericanos a los emigrantes de origen irlandés o italiano ya integrados, como los negros, en Estados Unidos desde hace décadas?
Los eufemismos, como indica la RAE, son la “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Un negro nunca se ofenderá por ser llamado de tal forma. Quizá es a los blancos a quienes nos resulta “dura” la palabra negro. María Moliner nos acaba de confirmar la hipótesis mediante su definición de eufemismo: “expresión con que se sustituye otra que se considera demasiado violenta, grosera, malsonante o proscrita por algún motivo”. El motivo de que nos parezca violento el término negro es que la mayoría de blancos todavía realizamos la distinción ellos-nosotros en nuestras mentes y muchos los consideran inferiores. El término afroamericano, por tanto, esconde la realidad de una sociedad todavía racista.
Precisamente, son los políticos con traje, que emplean un lenguaje políticamente correcto (eufemismo de hipócritas) y aparecen en las pantallas como galantes de la igualdad y la tolerancia, los que luego son incapaces de realizar trámites diplomáticos para atajar los abusos de Guantánamo, o lo que es lo mismo: los que pasan de mover el culo para acabar con las torturas de centenares de inocentes.
Presentar la realidad de forma directa y clara en ocasiones supone una amenaza para la estabilidad de los sistemas políticos, que ven peligrar la balanza de la opinión pública. En este senido, los periodistas se aprovechan de esta necesidad para crear un lenguaje más “culto” y lo único que consiguen es colar una información lo más digerible posible, que no remueva la conciencia de “una sociedad acostumbrada a levantarse cada mañana, escuchar la radio o el telenoticias mientras desayuna, y confirmar que todo sigue en orden”, como describe muy bien el sociólogo Luís Arroyo.
Los eufemismos no son más que el maquillaje de una realidad cruda, de un mundo que sufre a nuestro alrededor. Los pocos tabúes que aparecen en los medios de comunicación se tratan con tal delicadez y cuidado que se convierten en sucedáneos de la verdad. Mi recamo como periodista, es que los que nos dedicamos a este oficio empecemos a ser más críticos y transmitamos lo que sucede cómo sucede, no cómo a la sociedad le gustaría verlo. Ya es hora de combatir el lenguaje políticamente correcto que tantos males disimula y a tantos individuos engaña.

Los eufemismos, como indica la RAE, son la “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Un negro nunca se ofenderá por ser llamado de tal forma. Quizá es a los blancos a quienes nos resulta “dura” la palabra negro. María Moliner nos acaba de confirmar la hipótesis mediante su definición de eufemismo: “expresión con que se sustituye otra que se considera demasiado violenta, grosera, malsonante o proscrita por algún motivo”. El motivo de que nos parezca violento el término negro es que la mayoría de blancos todavía realizamos la distinción ellos-nosotros en nuestras mentes y muchos los consideran inferiores. El término afroamericano, por tanto, esconde la realidad de una sociedad todavía racista.
Precisamente, son los políticos con traje, que emplean un lenguaje políticamente correcto (eufemismo de hipócritas) y aparecen en las pantallas como galantes de la igualdad y la tolerancia, los que luego son incapaces de realizar trámites diplomáticos para atajar los abusos de Guantánamo, o lo que es lo mismo: los que pasan de mover el culo para acabar con las torturas de centenares de inocentes.
Presentar la realidad de forma directa y clara en ocasiones supone una amenaza para la estabilidad de los sistemas políticos, que ven peligrar la balanza de la opinión pública. En este senido, los periodistas se aprovechan de esta necesidad para crear un lenguaje más “culto” y lo único que consiguen es colar una información lo más digerible posible, que no remueva la conciencia de “una sociedad acostumbrada a levantarse cada mañana, escuchar la radio o el telenoticias mientras desayuna, y confirmar que todo sigue en orden”, como describe muy bien el sociólogo Luís Arroyo.
Los eufemismos no son más que el maquillaje de una realidad cruda, de un mundo que sufre a nuestro alrededor. Los pocos tabúes que aparecen en los medios de comunicación se tratan con tal delicadez y cuidado que se convierten en sucedáneos de la verdad. Mi recamo como periodista, es que los que nos dedicamos a este oficio empecemos a ser más críticos y transmitamos lo que sucede cómo sucede, no cómo a la sociedad le gustaría verlo. Ya es hora de combatir el lenguaje políticamente correcto que tantos males disimula y a tantos individuos engaña.
1 comentario:
Buena columna de opinión tomando como base los "eufemismos" Bien planteada.
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