
Ésta es la realidad, y lo medios de comunicación, en su afán por trasmitir esa realidad, deben tratar no sólo temas políticos o económicos, sino también “lo social”. Este periodismo social, en el que trabajan agencias como Servimedia, mantiene la máxima de “defensa de valores sociales” y busca la objetividad intelectual, sobre todo hacia individuos con algún tipo de discapacidad, enfermedad; o grupos sociales como las prostitutas, los menores, los drogodependientes o las mujeres maltratadas. En su manual Periodismo social, Servimedia propone una correcta selección léxica para referirse a estas temáticas sociales. La labor de esta agencia es admirable al preocuparse por tratar con “normalidad, claridad y respeto” realidades un tanto delicadas. Evitar el uso de términos como minusválido, retrasado, enano, puta o moro, es una necesidad que toda la prensa seria cumple y, por tanto, es adecuado recordarlo pero no es necesario darle mayor importancia. En este sentido, se deben denunciar titulares como “Los inmigrantes ‘sin papeles’ claman por la integración y homenajean a los fallecidos” (El Mundo, 16/10/2008) o fragmentos –por más que se trate de un artículo de opinión– de este tipo: “...arruinar su carrera profesional o incluso traer al mundo un subnormal profundo o un vegetal humano descerebrado.” (El País, 24/03/2009).
No obstante, el manual de Servimedia va más allá y ofrece las expresiones apropiadas para cada situación. Algunas de ellas, como persona con diversidad funcional, entran en un “lenguaje políticamente correcto” que no favorece la expresión clara y normal de estos casos, sino que representan sustituciones léxicas de carácter eufemístico que disimulan una realidad que debería mostrarse con naturalidad. Otra propuesta exagerada del manual es la “tendencia generalizada al uso de la palabra persona acompañando la definición de la correspondiente discapacidad”, que tiene por resultado expresiones como persona con discapacidad visual o persona inmigrante. Esta norma resulta redundante, pues si su uso se extendiera acabaríamos escribiendo persona joven en vez de joven, o inutilidades por el estilo. El empleo forzado de una palabra tan genérica como “persona” demuestra que existe un empeño premeditado por incluir a ciertos individuos en la condición de persona y, por tanto, se trasmite la idea de que están desfavorecidos, marginados, aislados, cuando según el propio manual se debe contribuir a su “integración en nuestra sociedad como ciudadanos en igualdad de condiciones”.
Pese a estas mínimas contradicciones, las propuestas de Servimedia suelen extenderse a otros medios de comunicación que, menos especializados en estas cuestiones, adoptan la selección léxica de este tipo de manuales para introducirla en su libro de estilo, o sirven a los periodistas para emplear términos apropiados a cada situación. Esta concienciación –casi una labor humanitaria– ha condicionado el tipo de mensaje en el periodismo social, pues se ha reducido la discriminación de ciertos actores sociales, mediante la eliminación de prejuicios y la consecución de una mayor receptividad, por parte de la sociedad, de lo que antes se veían como estigmas sociales. Temas como la prostitución, los maltratos o las discapacidades mentales, han dejado de tratarse con frivolidad, en búsqueda del morbo y la atracción, y se han convertido en asuntos sociales tomados con seriedad, sobre los cuáles el mismo Gobierno ha tenido que actuar con la promulgación de leyes. Los medios de comunicación son los culpables de crear prejuicios que perjudican a sectores de la población, y a la vez, se encargan luego de corregirlos para integrar como normal lo que antes era presentado como un problema, enfermedad o algo inferior. Un ejemplo claro que cita el manual de Servimedia es el sida, que años atrás se consideraba una “enfermedad de homosexuales contagiosa”. Otros casos significativos podrían ser el tratamiento de los judíos después de la Segunda Guerra Mundial en la prensa europea, con el fin de evitar el odio hacia este pueblo; o la protección entre la prensa latinoamericana que reciben los pueblos originarios, un 5% de la población, que son denominados originarios o autóctonos, para no emplear el término indígena que se asocia a indigente.
De todo ello, podemos concluir que la concienciación de la sociedad debe provenir de una campaña previa de sensibilización, beneficiosa para los actores sociales marginados históricamente. Esta responsabilidad civil recae tanto en instituciones como en medios de comunicación. La función de los periodistas en este proceso es dirimir el vocabulario utilizado para no dar una imagen equívoca. El debate ahora podría ser si el primer paso consiste en una concienciación social para cambiar el contenido léxico de las informaciones, o si es la prensa, como poder influyente, quién tiene el deber de escoger con cuidado las palabras correctas, para así modificar la visión de la opinión pública. En cualquier caso, la incomodidad –por no decir rechazo en muchos casos– de esa madre y del vagón en general ante el hombre de baja talla tiene una causa que entre todos debemos atajar. De tal modo, esperemos que esa niña, que felizmente sonreía, cuando tenga diez años más no se pase todo el trayecto de tren intentando adivinar con cara de extrañeza la estatura de una persona con enanismo, o no sienta preferencia por cruzar de acera cuando vea un grupo de marroquíes que vienen de frente hacia ella.