La expresión “apretarse el cinturón” proviene del castellano medieval y surgió en épocas de sequías. Hace apenas unos meses nadie creía que en plena era de la modernidad y los avances tecnológicos este dicho popular recobraría tanta importancia. Ahora son los propios gobiernos y medios de comunicación los que se hartan de repetir esta expresión, que años atrás fue tabú. Sin embargo, el asunto empieza a preocupar cuando es un empresario el que pronuncia “debemos apretarnos el cinturón”, porque eso representa que dos mil, cinco mil familias, lo pasarán realmente mal para llegar a final de mes. Este hecho tan cotidiano en nuestros días se convierte en problema cuando la cifra de personas con el “cinturón apretado” (eufemísticamente denominados parados) ascenderá a cinco millones en diciembre. 
Nadie conoce la fórmula secreta para afrontar la crisis. Algunos desearían contactar con antepasados suyos para saber cómo sobrevivían en épocas de guerra, los más prácticos prefieren simular el incendio de su casa para cobrar la póliza –aunque la solución suele fracasar. Entremedio se encuentra la inmensa mayoría, los que intentamos superar el bache mediante medidas más corrientes.
En primer lugar, resulta necesario borrar de la cabeza todo aquello que tanta ilusión te hacía comprarte –un coche familiar, un televisor de plasma, un tontón o un ordenador portátil– y darte cuenta que tendrás que esperar unos cuantos añitos más. En segundo lugar, toca eliminar los caprichos: la cenita en el restaurante, las escapadas de fin de semana a una casa rural, las camisas de marca para los domingos, los viajes a hoteles caros (o más bien los viajes en general), descargarse películas en vez de ir al cine o evitar ir de compras con tus hijos. Por último, y lo más difícil, es reducir gastos: consumir marcas blancas, ahorrar luz y agua o desplazarse en transporte público.
El panorama cotidiano de la crisis nos deja carros de la compra menos llenos, bares más vacíos, dependientes aburridos y colas en las oficinas de empleo. En los hogares las neveras refrigeran productos Hacendado y los armarios acumulan ropa de la temporada pasada. La imagen no es catastrófica. El lado positivo es que nos volveremos más sociables, ahora comeremos con nuestra suegra cada domingo, pasaremos los agostos en un camping junto a otras familias y conoceremos mucha gente en el metro a primera hora de la mañana. Esperemos no tener que apretarnos el cinturón mucho más, porque acabará siendo imposible digerir los copiosos estofados de la suegra.

Nadie conoce la fórmula secreta para afrontar la crisis. Algunos desearían contactar con antepasados suyos para saber cómo sobrevivían en épocas de guerra, los más prácticos prefieren simular el incendio de su casa para cobrar la póliza –aunque la solución suele fracasar. Entremedio se encuentra la inmensa mayoría, los que intentamos superar el bache mediante medidas más corrientes.
En primer lugar, resulta necesario borrar de la cabeza todo aquello que tanta ilusión te hacía comprarte –un coche familiar, un televisor de plasma, un tontón o un ordenador portátil– y darte cuenta que tendrás que esperar unos cuantos añitos más. En segundo lugar, toca eliminar los caprichos: la cenita en el restaurante, las escapadas de fin de semana a una casa rural, las camisas de marca para los domingos, los viajes a hoteles caros (o más bien los viajes en general), descargarse películas en vez de ir al cine o evitar ir de compras con tus hijos. Por último, y lo más difícil, es reducir gastos: consumir marcas blancas, ahorrar luz y agua o desplazarse en transporte público.
El panorama cotidiano de la crisis nos deja carros de la compra menos llenos, bares más vacíos, dependientes aburridos y colas en las oficinas de empleo. En los hogares las neveras refrigeran productos Hacendado y los armarios acumulan ropa de la temporada pasada. La imagen no es catastrófica. El lado positivo es que nos volveremos más sociables, ahora comeremos con nuestra suegra cada domingo, pasaremos los agostos en un camping junto a otras familias y conoceremos mucha gente en el metro a primera hora de la mañana. Esperemos no tener que apretarnos el cinturón mucho más, porque acabará siendo imposible digerir los copiosos estofados de la suegra.