Quizá sea el propio ser humano el que sufra insatisfacción crónica, quizá sea la propia vida que es así de absurda y no hay más. Quizá la solución sea conformarse con lo que hay, con esos pequeños ratos que nos permiten olvidarnos de que nunca saldrás de ese camino, o como mucho escogerás un desvío, pero siempre tendrás el mismo muro de hormigón a ambos lados y cada vez será más alto.
Quizá sea verdad eso de que la felicidad la encuentras en la sala de
espera de aquello que deseas, y que cuando cruzas esa puerta todo lo que esperabas se convierte en otra cosa, en real, para formar parte de esa rutina. Quizá la solución sea dejar de soñar con lo que nos falta y dejar de recordar lo que tuvimos o éramos. Porque quizá sea cierto que la felicidad nunca se tiene, y que tan sólo se desea o se añora.Pero es que es probable -aunque triste- que la felicidad no exista, o seguramente ya no la quiera. Quizá toca retirarse y dejar de buscarla, para conformarse con un presente tranquilo, sin sobresaltos, con una vida plana. Quizá ha llegado el momento de asumirlo, renunciar y empezar a vivir con los pies en el suelo.